Tener voz y que esta sea escuchada es existir

Muchas veces no nos gusta. Hay una falta de reconocimiento muy particular en la manera de no identificarnos con uno de los elementos de nuestra personalidad. Científicamente hablando (je je), la voz, cuando sale de nuestra boca, viaja en ondas acústicas en el aire. Pero nosotros la escuchamos a través de nuestros huesos. Incluso, al abrir la boca, cerramos la parte del oído que nos permite escuchar. Por eso no tenemos como eco. Nuestros huesos conducen los sonidos de una forma más armónica y musicalmente agradable. He ahí la razón por la que todos creemos que cantamos bien, cuando en realidad no.

La voz es una de nuestras máscaras sociales intangibles. La analogía de la máscara es tanto más acertada porque, al igual que algo que nos ponemos sobre el rostro y solo vemos por dentro, en nuestra vida diaria no podemos escucharnos desde afuera. Pero también es el instrumento que más modificamos en nuestras relaciones interpersonales. Cambiamos de tono, volumen o entonación dependiendo de a quién nos dirigimos. Se nos salen las emociones en el timbre que utilizamos. Se escucha nuestra edad y algunos de los vicios que nos hemos permitido. Como todo lo que está escondido a plena vista, sin ni siquiera darnos cuenta terminamos adquiriendo una gran cantidad de datos acerca de los demás con tan solo escucharlos.

Tan cambiante es y tan intrínsecamente ligada a lo que somos está que ilustra perfectamente la fluidez de nuestra personalidad. Somos seres que cambiamos dependiendo de las circunstancias en que estamos, que utilizamos máscaras para adentrarnos en situaciones diversas y que ni siquiera somos el conjunto de nuestras partes. ¿Podríamos decir que somos menos nosotros cuando tenemos gestos cariñosos con un amigo que cuando nos enfrentamos a nuestro jefe? ¿Somos verdaderamente los mismos o habitamos en muchos planos cambiantes?

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Decir voz en estos tiempos no solo nos circunscribe a la física, la que se genera en nuestro cuerpo. También es la que utilizamos en nuestras comunicaciones, que cada vez son más a través de textos en diferentes plataformas. El tono en el que tuiteamos, si saludamos por WhatsApp, el cariz de las emociones que preferimos subrayar en nuestros comunicados. Sin voz, no existimos.

¿Qué pasa con todas esas personas que no tienen una plataforma para ser escuchadas? ¿Qué pasa cuando no validamos las palabras que estamos escuchando porque no corresponden a lo que quisiéramos conocer? Cuando interrumpimos a los demás, les explicamos lo que nos están diciendo, minimizamos las ideas que nos presentan, les quitamos su voz y los hacemos prácticamente invisibles. Infantilizar nuestras conversaciones porque creemos que alguien menos privilegiado tiene necesidades íntimas menos complejas que las nuestras deshumaniza a nuestro interlocutor.

El primer paso para mejorar como grupo de personas que comparte un espacio es permitir que todos puedan expresarse y tratar no de traducir, sino de entender. El segundo es utilizar la voz propia para compartirse con los demás y prestarla cuando alguien la necesite.

Somos complejos, complicados, fluidos. Nuestras expresiones vocales cambian. Y siempre podemos no escuchar cómo sonamos en una grabación. Creo que por eso no dejo notas de voz.