Y como sobre llovido mojado, muchos fanáticos religiosos se han dado a la tarea de recriminar a sus pastores por haberse vacunado y de increparles que no confían en Dios y sí en los hombres. Y en su cortedad mental, para ellos, eso no es cristiano.
No debería extrañarme esta sarta de insensateces porque, a la luz de la documentación histórica, estas siempre han existido durante la evolución de las pandemias. Pero que en pleno siglo XXI aparezcan feligreses reprendiendo a sus pastores por haber tomado el camino correcto (ser un ejemplo de liderazgo) no tiene nombre. Me recuerdan a los flagelantes del siglo XIV y a las personas que preferían comprar pomitos con tinieblas de la eternidad (que les vendían timadores como un supuesto remedio) en lugar de hacer caso a los médicos, que ya en aquella época preconizaban el lavado de manos, el confinamiento, el distanciamiento físico y el uso de tapabocas y narices como acciones preventivas para no contraer la peste.
Desconcierta también observar algunas fotografías de ministros religiosos (publicadas en redes sociales) dirigiendo grupos numerosos de feligreses sin distanciamiento, sin mascarilla y en una postura desafiante de las indicaciones de los funcionarios de salud pública. No sé quién ha pecado más: si los alcaldes que hicieron campaña adelantada aprovechándose de las desgracias de la gente afectada durante las tormentas Eta y Iota o estos malos líderes que confunden a sus fieles haciéndoles creer que un acto cultual masivo (donde prevalecen las emociones sobre el discernimiento) los librará de contraer la infección provocada por el SARS-CoV-2.
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Yo soy católico practicante y fui formado como médico en la más pura expresión de la medicina occidental. Y puedo asegurar con toda solvencia que esa definición tan sencilla que san Anselmo de Canterbury (filósofo y padre de la escolástica) preconizó en el siglo XI acerca de la teología no pelea con la ciencia. San Anselmo decía: «Fides quaerens intellectum». Argüía de este modo que la fe buscaba la razón y no se contraponía a esta. Según el teólogo Octavio Ruiz Arenas: «El punto de partida es la fe y el de llegada el entender; entre esos dos puntos sitúa la questio, el preguntar, la búsqueda ilimitada de lo creído, del por qué y cómo se cree».
¿Hay acaso dónde perderse en estas lecciones? La fe no puede estar en contra de la razón, jamás. Menos en este siglo.
Pero, fuera de los ámbitos meramente religiosos, yo me he preguntado a quién beneficia tanta noticia falsa. Aparecen páginas completas, links, discursos y falsos argumentos cuestionando el efecto de las vacunas y los beneficios de los antivirales. Y en el peor de los casos atribuyen esos argumentos a médicos mundialmente reconocidos. Y mientras estos aclaran que ellos no son la fuente de tanta mentira, mucha gente —particularmente originaria de los países tercermundistas— cree la noticia a pie juntillas.
Como respuesta me viene el recuerdo de aquellos seres humanos que tienen terribles vacíos en su yo interno. Entre ellas, los vacíos de bien, de verdad y de vida.
¿Por qué tienen esos vacíos? La respuesta no es grata: las causas son su egoísmo y su ambición, insanos deseos que generan en su psiquis cualquier cantidad de actos para mantenerse empoderados sobre sus prójimos. Ahora, a través de fomentar la incertidumbre y la ignorancia.
Estimado lector, confíe en la ciencia. Por el amor de Dios, vacúnese y sea feliz. No haga caso a las noticias falsas que provienen de personas miserables que desean tenerlos a usted y a los suyos en un estado de angustia de existencia (quizá para explotarlos mejor).
Hasta la próxima semana.
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