Lo hicimos a sabiendas de que usted no nos respondería. Sin embargo, siempre guardamos la esperanza de que alguien le contara de nuestros pronunciamientos y de que alguna de nuestras sugerencias fuese tomada en cuenta. Porque no concurrimos como críticos solamente, sino también como personas propositivas y dispuestas a fajarnos en beneficio de la humanidad. Usted, que pertenece a una de estas promociones, sabe perfectamente que el sacrificio y la entrega han sido nuestro signo.
Para sorpresa nuestra, el día 6 de agosto del presente año se notició en muchos medios de comunicación (cito tan solo uno) que usted había dicho en una reunión con alcaldes del país: «Ya le trasladamos la responsabilidad a la gente. Si la gente se quiere cuidar, se cuida. Sino [sic], le ponemos la tarjeta roja. Hoy sí es problema de la gente». Y por más que queramos suponer una posible descontextualización de su declaración, es imposible hacerlo. Sus palabras fueron muy claras.
Ante semejante afirmación me permito recordarle, de conformidad con la Constitución Política de Guatemala, que:
1. Como máxima autoridad del Organismo Ejecutivo, usted «representa la unidad nacional y deberá velar por los intereses de toda la población de la república».
2. Es su deber garantizarles a los habitantes de la república la vida, la seguridad y el desarrollo integral personal para lograr el fin supremo del Estado, que es la realización del bien común.
3. El artículo 93 de nuestra ley suprema establece que «el goce de la salud es derecho fundamental del ser humano, sin discriminación alguna».
4. El artículo 94 indica: «El Estado velará por la salud y la asistencia social de todos los habitantes. Desarrollará, a través de sus instituciones, acciones de prevención, promoción, recuperación, rehabilitación, coordinación y las complementarias pertinentes a fin de procurarles el más completo bienestar físico, mental y social». Y esta atribución, señor presidente, le compete al Organismo Ejecutivo, en el cual usted preside el Consejo de Ministros.
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5. El artículo 95 establece: «La salud de los habitantes de la nación es un bien público. Todas las personas e instituciones están obligadas a velar por su conservación y restablecimiento». Es decir, señor presidente, que todas y todos, con el primer mandatario a la cabeza, estamos obligados a custodiar nuestra salud.
En consecuencia, estos articulados de los títulos I, II y III de nuestra Constitución Política no le permiten a usted saltar del barco en lo concerniente al manejo de la pandemia aun cuando como presidente tenga otras tareas que cumplir.
En el momento en que escribo este artículo se está noticiando la muerte de uno de nuestros compañeros de la promoción 1979. Y superan ya las tres decenas las médicas y los médicos que han fallecido. Ni qué decir de enfermeras, enfermeros y otros miembros del personal de salud que ofrendaron y están ofrendando sus vidas en aras del servicio en este terrible momento que estamos viviendo. Ellas y ellos, señor presidente, no saltaron del barco. Dicho sea, muchos de nosotros (promociones 79 y 80) tampoco lo haremos. De ser necesario, iremos a primera línea a pesar de nuestra edad.
Sin embargo, sí hay una forma de escapar de la angustia en que esta vorágine llamada covid-19 ha sumido a todos los mandatarios del mundo. Se trata de una condición humanamente comprensible para un presidente de cualquier país del planeta (sea médico o de cualquier otra profesión). Me refiero a una renuncia digna cuando se ha perdido la capacidad de conducción del Estado. Tenga por seguro que nadie lo criticará por ello. Yo sería el primero en defender su postura. Total, el Estado seguiría velando por la salud y la asistencia social de todos los guatemaltecos.
Finalmente, en orden a la preservación de las nobles tradiciones de la profesión médica, invoco la quinta proclama del juramento hipocrático que hacíamos entonces. Textualmente dice: «Juro solemnemente considerar como hermanos a mis colegas». Y bajo esta condición escribo este artículo: Como un colega que desea su bien.
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