Identidad, felicidad y lucha de clases

El año pasado, la campaña por la alcaldía metropolitana de Nueva York fue aburrida. Es decir, la campaña para la elección general. La campaña de las primarias fue interesante.

Fue interesante porque –al menos dentro del microcosmos que es la ciudad de Nueva York– estaba en juego la definición sobre qué significa ser progresista en esta década. La respuesta –Bill de Blasio– fue una que no gustó al establishment.

De Blasio –que me recuerda a unos casetes de piano que guardaba mi mamá hace muchos años– representa en buena medida el tipo de política cuyo motor es la identidad de clase. A sus rivales en las primarias, en cambio, los impulsaron otro tipo de motores –la identidad étnica o sexual. Éste era el caso de un contralor afroamericano y de una asambleísta homosexual que también buscaron –ellos sin éxito– el trono de la Gran Manzana.

Lo que incomoda al establishment neoyorquino es justamente eso –que en 2013 la goma que pega con más efectividad una coalición política ganadora sea una identidad de clase. Lo cual significa que durante los próximos años, la mayoría de los argumentos políticos serán pintados dentro del marco de “ricos contra pobres” en el cual les tocará asumir el papel del conservador gruñón al cual no están acostumbrados.

Pero a pesar de que en 2013, en Nueva York reivindicar las identidades de clase sea un sinceramiento de las identidades políticas, un sobrevuelo de la historia mostrará un paisaje mucho más rico, donde las identidades de clase se cruzan con muchas otras –las ya mencionadas identidades étnicas y de género, junto con las identidades nacionales, lingüísticas y religiosas, por ejemplo. Lo cual explica en buena medida la complejidad política de las sociedades.

Hace poco leía un debate en redes sociales sobre cuál es “la lucha fundamental” de esta época. ¿Será la lucha por los derechos de los pueblos indígenas? ¿La lucha contra el patriarcado? ¿La lucha contra la desigualdad económica? ¿El secularismo? ¿Los derechos de las minorías sexuales?

Yo me resisto a pensar que hay una sola que lo explique todo. Las intersecciones ponen a prueba esa idea: Google y Apple son el tipo de corporaciones detrás de la creciente concentración de riqueza en manos del 1%, pero son al mismo tiempo algunos de los impulsores más fuertes del progreso de los derechos de las minorías sexuales, por citar sólo un ejemplo.

Al final quizás se trata de que cada sociedad en cada momento defina cuál es el problema que verdaderamente le preocupa, cuál es su identidad, con qué pegamento quiere unirse. Los neoyorquinos definieron que en este momento de su historia, es una identidad de clase lo que más apropiadamente los une. Pero muchas otras sociedades, optarán por una respuesta diferente.

¿Es en Guatemala la identidad de clase la identidad definitiva? Pienso que no. Pero aquí es la élite urbana la que debe descubrirlo. Los pobres en Guatemala –a diferencia de los de Nueva York– hace mucho tiempo que no se mueven por una identidad de clase.