Y se hizo el Estado colonial: pétreo, ajeno a los pueblos, pigmentocrático, depredador de la naturaleza, inhumano, autoritario, clasista y con una capacidad de perpetuarse por los siglos mimetizando su naturaleza y reproducción a través del discurso moralista, religioso, democrático, basado en la igualdad, el bien común y la sumisión de la mayoría. Retórica escrita, legalizada e instilada en la sociedad, pero nunca cumplida.
Lo ocurrido antes y después de la elección de la junta directiva del Congreso de la República, así como en el desarrollo de esta, ha complacido a los dueños de la finca llamada Guatemala. A muchos los ha dejado extrañados. A otros los ha hecho rasgarse las vestiduras, vociferar contra el pacto de corruptos, hacer llamados a «rescatar el Estado para el bien común como una obligación y un derecho ciudadano», a discutir e impulsar agendas integrales con llamados a la unidad social, comunitaria, popular, campesina, urbana, etc. Sin darnos cuenta, el alto nivel de colonialismo que desde 1524 nos atenaza el conocimiento, la conciencia, la voluntad, el pensamiento crítico y la acción política impide encaminarnos por la senda de la libertad y la dignidad.
La historia colonial abunda en hechos que demuestran que los invasores, los criollos y los mestizos emergentes que se fueron ladinizando, en la medida en que rechazaban su raíz indígena (más tarde, también algunos núcleos indígenas se ladinizaron al ponerse al servicio del amo colonial), concentraron el poder económico y político para su propio beneficio y utilizaron el Estado para ello. Por eso, los hechos históricos que han surgido como luchas independentistas o cívicas han sido y siguen siendo arreglos (pactos de corruptos) entre élites para mantener el poder. Han hecho cambios en el Estado antes de que el pueblo, cansado, explotado, hambriento y discriminado, los hiciera. Ha tenido cuidado la pigmentocracia (blancura) de estar siempre detrás, escondida. Salvo cuando el sistema está en riesgo, ha desplazado a la servidumbre política para ocupar directamente los espacios de poder.
La independencia, la revolución liberal, la revolución de 1944, la contra de 1954, el traslado del poder a ladinos arribistas en 1985 y la discusión y firma de la paz han tenido la misma lógica. Los detentadores del poder real han promovido los cambios políticos y económicos antes de que la sociedad actúe reivindicativamente, de manera que han instilado en el imaginario social, a través de la historia oficial, que el pueblo es el actor principal, cuando la realidad ha demostrado que indígenas, campesinos y poblados mestizos del interior del país solo han puesto los muertos mientras ellos aún siguen controlando la finca Guatemala.
Los actores visibles involucrados en el mantenimiento del estado de cosas son la servidumbre política de la pigmentocracia colonial, dueña del país, la cual, en ciertos momentos clave, asume directamente el papel delegado a dichos servidores (políticos, partidos, medios de comunicación, universidades, etcétera). Ejemplo en el pasado reciente: Arzú y Berger, íconos de esa blancura política colonialista, han dado la cara para recordar que son el poder detrás del trono y para que los shumos, los arribistas y los clasemedieros políticos no les coman el mandado y las cosas no cambien radicalmente. Hoy la llegada del hijo de Álvaro Arzú (con su discurso que suda ignorancia y autoritarismo) se inscribe en esa realidad que permitirá recomponer el poder oligárquico y evitar que se ponga en peligro su condición de clase dominante por efectos de la democracia que han diseñado, impulsado y alentado, pero en el entendido de que, para ellos, mucha democracia no es conveniente. A su alrededor se unirán (por solidaridad racista) la élite colonialista, el Ejército y los arribistas ladinos e indígenas permitidos, y habrá muchos cambios como los que ha habido, pero todos controlados por ellos.
Por esa razón, los llamados a la denuncia y a la unidad, a la manifestación en la plaza o en las carreteras, además de la indignación moralista, los editoriales, los foros y la molestia que demostramos, caen en tierra estéril por nuestra condición de colonizados. Habrá que superar esas formas tradicionales de lucha, que se han agotado en el tiempo y en la ineficacia política. Tenemos que entender que la élite colonizadora ha estado históricamente organizada y actuando en permanencia para consolidar el poder, en tanto al pueblo lo mantiene entretenido o violentado, discapacitado políticamente, con la complicidad directa del sistema político en todas sus variantes ideológicas, que nada han hecho y menos pueden hacer a las vísperas del proceso electoral del 2019. ¡Tremenda tarea la que tenemos para dignificarnos abatiendo el colonialismo!
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