Entre los primeros están los que creen en cábalas ultrasecretas de hombres poderosos que se reúnen a determinar el destino de la humanidad desatando guerras, imponiendo precios y poniendo y quitando gobernantes. En fin, jugando con el mundo como con un tablero de Risk. Digamos que ese es el extremo más absurdo de los que consideran que todo puede ser diseñado. La versión más diluida de esta visión la vivimos en conjuntos de leyes que determinan cosas como penas por consumo de drogas creyendo que de este modo se va a parar el narcotráfico. Si fuera tan fácil cambiar la conducta humana haciendo una norma, podríamos vivir en el paraíso. Pero hasta de allí nos echaron. Y conste que el primer legislador en la Biblia no era uno de nuestros diputados.
La segunda postura en la punta más lejana es algo parecido a una distopía sin reglas tipo Mad Max, en la que cada quien hace lo que le venga en gana. En su versión menos sangrienta se habla de la mano invisible y la palabra principal es libertad. Pero, si no necesitáramos ninguna supervisión ni reglas ni jerarquías, nadie estaría sufriendo, no habría crímenes jamás y cada uno sabría perfectamente cómo comportarse siempre.
A cualquiera que le ha tocado criar un niño, estas realidades contradictorias se le presentan en un microcosmos íntimo: la criatura no puede crecer sin reglas, pero tampoco se le pueden poner restricciones para todo.
Pero hay algo aún peor: ninguna legislación que pretende proteger un bien puede evitar las consecuencias negativas de imponerse. Y nadie nadie puede saber cuáles son todas y cada una de esas consecuencias.
Quisiera poner un ejemplo extremadamente controversial (aclaro de entrada que no tengo la solución al problema): el régimen actual de adopciones en Guatemala. Antes adoptar a un niño era tan sencillo como inscribirlo como propio en alguna municipalidad. El niño perdía cualquier contacto con su familia biológica, y no había forma de buscar esta porque muchas veces los padres adoptivos nunca conocieron ni el nombre de la madre biológica. Bebés recién nacidos a los que se les acogió con amor y dedicación en una familia y que no conocieron nada más. Este es el mejor de los casos y probablemente el más frecuente. Hay numerosos estudios que demuestran lo vital que es el contacto cercano y atento con un bebé recién nacido para su desarrollo neurológico, físico y emocional. Pero también está la pérdida de la historia personal, a la que regresamos los humanos una y otra vez para encontrar nuestro lugar en el mundo, sin mencionar algunos aspectos médicos importantes. Todo esto, a la sombra de redes de venta de niños, secuestros, extorsiones a madres menores de edad y futuros inciertos en el extranjero.
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¿Quién no habría querido hacer algo para amparar a todos esos menores que no podían valerse por sí mismos? Se crea una nueva legislación, se aprietan las tuercas estatales, se requieren controles más estrictos. Mejor protección para seres que necesitan que alguien más los cuide. Y ahora hay una sobrepoblación de niños en hogares estatales en los cuales no se les cubren ni las menores de sus necesidades afectivas, procesos interminables de adopción en los que todos sufren el paso del tiempo en tribunales poco adecuados para llevar la carga de los expedientes, menor adaptación en la familia adoptiva por estar allí con mayor edad y un enorme número de niños a quienes ya no se quiere porque ya están muy grandes. Y no se ha eliminado del todo la trata de menores.
Consecuencias horribles en ambos extremos que no tienen nada qué ver con la intención principal: el bienestar de los menores que necesitan una familia diferente a la biológica.
Lo que más afecta en casos como este (y, en general, en todos los constructos sociales que son necesariamente artificiales) es que creemos que tenemos una bola de cristal en la cual podemos ver el futuro con todas sus ramificaciones. Nadie puede. Y, en vez de admitir que no sabemos ni siquiera que no sabemos, nos quedamos petrificados en una postura con tal de no admitir el error y volvemos más importante la regla que su espíritu. Por eso es tan necesaria una mayor flexibilidad en el momento de adaptar los marcos legales: para que estos sirvan el propósito inicial, y no para intentar doblar la realidad a la letra.
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