El Estado

Pero quizás la mejor descripción que he leído del Estado guatemalteco fue la que hizo Tomás Rosada en febrero de 2011: “Un Estado Huérfano”. Rosada dice “Tenemos, pues, un Estado huérfano. Para unos no existe y para otros sobra.” Continúa explicando: “Para unos, el Estado no existe porque en términos prácticos no les ha llegado nunca. …Para el otro extremo de la distribución, la historia tampoco es muy distinta. La cara más visible del Estado es la planilla del IGSS, del IVA o del ISR —siempre vistas como barrilitos sin fondo, porque a cambio de eso no reciben mayor cosa“.

Hay algunas otras analogías que también pueden describir bien al Estado guatemalteco. Operar dentro del Estado –hacerlo eficiente- puede ser visto como buscar una aguja en un pajar, pero una aguja muy valiosa. Jorge De León, el Procurador de los Derechos Humanos, lo describe bien cuando se refiere a las muchísimas denuncias superfluas que recibe: “Hace poco vino una señora a poner una denuncia porque el loro de su vecina la insultaba y solicitaba que el PDH hiciera algo porque estaba violando su derecho a la tranquilidad”. Sin embargo, luego agrega: “Pero de ese gran canasto de denuncias, hay unas sumamente importantes a las que no se les da el tratamiento adecuado”.

Esto se replica ad infinitum en otras instituciones constituyéndose en una lógica misma del accionar gubernamental, lo cual deja al Estado en una posición doblemente vulnerable: vulnerable ante la frustración de quienes están hartos de perder recursos buscando entre la paja y vulnerable también ante quienes necesitan encontrar la aguja que nunca aparece. Esta situación es sumamente peligrosa porque motiva la aparición de posiciones del tipo “barrer con todo”, las cuales a su vez refuerzan la incapacidad estatal  en un círculo vicioso que sólo es moderado por la urgente necesidad de seguir contando con un Estado.

Luego, al Estado también se le puede caracterizar como un árbol caído. Como dice el refrán, del árbol caído todos hacen leña. Y esencialmente si uno ve la historia de los últimos diez años se dará cuenta que los movimientos de arrastre en el país mayormente han sido los que han promovido algo a expensas del Estado –sea a expensas de su posición financiera, legal o moral- y no a través de él. Esta situación, sin embargo, no debe valorarse de forma solamente negativa, ya que se debe recordar que el Estado no es un fin en sí mismo. Pero sí debe señalarse como uno de los obstáculos que impide conseguir soluciones a largo plazo.

Finalmente, el Estado no es más que una bola asentada sobre un estante elevado, una bola que es tratada de alcanzar por las escobas de todos los sectores sociales. Pero en realidad, no se trata de la bola, sino de quienes mueven las escobas. En última instancia, el Estado es ese ente que no queremos pero sin el cual es difícil imaginar que cualquiera de las aspiraciones que tenemos como país –un mejor nivel de vida, seguridad, confianza entre las personas- pueda aunque sea soñarse.