Durante el gobierno de Portillo quizá esa figura la encarnó el vicepresidente Reyes López, Vielmann y su séquito de “rambos” durante el de Berger, y Sandra Torres durante el de Colom. En los últimos días se ha generado revuelo y preocupación porque la vicepresidenta Roxana Baldetti sea ese personaje en esta administración gubernamental.
Notable fue la prematura, pero también nada sorprendente, renuncia del ministro de Salud Pública y Asistencia Social, Francisco Arredondo. La explicación oficial que hizo referencia a problemas de salud de Arredondo, en pleno viaje por Taiwán, simplemente fue un eufemismo sin esperanza de credibilidad. Quizá más veraces fueron las inusuales e inquietantes declaraciones de Baldetti, que en estilo “post mortem” hizo sobre Arredondo y la orgía de corrupción, tráfico de influencias y malversación de fondos que parece campear en la cartera de salud. Nada que ver con una “zarina anticorrupción” en acción, sino más bien luciendo victoriosa un pulso de poder por los jugosos contratos de medicamentos y material médico quirúrgico, en los cuales Arredondo también tenía intereses.
Segundo, el hecho que Baldetti haya presionado al nuevo superintendente de administración tributaria trasladándole un listado de personas afines a ella, pretendiendo que les nombrara en las principales intendencias de la SAT, en particular la codiciada Intendencia de Aduanas. Acción por demás grotesca e ilegítima, que atenta contra una institución que según su propia ley orgánica define como una entidad descentralizada, que goza de autonomía funcional, económica, financiera, técnica y administrativa, así como personalidad jurídica, patrimonio y recursos propios.
Los casos del Ministerio de Salud y la SAT son los de más alto perfil y publicidad. Sin embargo, no son los únicos. Menos pública ha sido la lamentable pretensión de hacer de la recién creada Secretaría de Control y Transparencia una suerte de comisaría o inquisición política. Sus acciones han incluido el acoso a los funcionarios de este gobierno exigiéndoles listados de funcionarios del gobierno anterior, para poder acusarlos de corrupción y malos manejos. Y si no encuentran nada, entonces no tardan en recibir sendas cartas redactadas en un lenguaje amenazador, que al mejor estilo inquisitorial sugieren que, si no se acusa a alguien, casi no importa a quién, entonces se corre el riesgo de perecer con la misma suerte de Arredondo. No por algo la primera persona nombrada para esta Secretaría se negó a jugar ese papel de esbirro de la Vicepresidenta, y en ejercicio de decencia e integridad, después de pocos días ya estaba renunciando del cargo.
Y es que más que el problema directo que estas acciones de Baldetti suponen para funcionarios e instituciones de gobierno, plantean un grave problema al presidente Pérez. Baldetti está creando una crisis política dentro del gobierno, ya que el Presidente debe demostrar si podrá o no frenar estas acciones de la Vicepresidenta. La opinión pública no ha tardado en no solo notar, sino además protestar por esta crisis creada por Baldetti. Se le compara ya con la que Sandra Torres generó en el gobierno anterior.
En semejante escenario, la gran pregunta es qué es lo que el presidente Pérez hará, si es que puede hacer algo. La gente lo ve como que el poder en realidad lo ejerce la Vicepresidenta, y se pregunta si el exgeneral tiene o no el “carácter” para permitirlo.
Pero más que esa crisis novelizada, lo que está en juego es si esta administración también permitirá un ataque abierto contra de la institucionalidad del Estado.
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