Porque lo hacen muy recio. Porque están muy cerca. Porque me rozó la misma molécula de aire que dejaste escapar de la nariz y fue «por a propósito». Yo, que soy hija única, muchas veces me quedo como espectadora entumecida de un accidente de carro. No entiendo de dinámicas entre hermanos. Pero sí de comportamiento aceptable. Ya llevan varios castigos acumulados. Claro, cuando salen de casa, resulta que son los niños más amables y educados. Donde yo no los miro. Supongo que llevan cuadriculada la enseñanza en sus conciencias y navegan sobre ese mapa cuando no estoy yo para dirigirlos.
Como humanidad somos un poco así: seres con sets de reglas prediseñadas que luego ponemos en práctica o no. Con la complejidad adicional de la eterna pregunta: ¿cultura o naturaleza? Esa que siempre nos lleva a preguntarnos en qué momento nuestros genes determinan nuestro comportamiento y hasta dónde la forma en que nos moldea el ambiente puede sacarnos de nuestras preferencias. Dos formas de ver al ser humano, y en ninguna la voluntad propia pareciera jugar un papel muy importante.
El comportamiento de un conjunto de personas es predecible con bastante precisión. El de un individuo no. Algunos sociobiólogos (existen, tipos como Edward O. Wilson) proponen que es porque aún no contamos con datos suficientes como para poder saber qué hará una persona ante un set determinado de circunstancias, ya que las variables dentro del ser humano son demasiadas.
Siguiendo esta línea de análisis de las personas, resulta que, además, pareciéramos contar con genes que nos predisponen a ciertas actitudes como especie, los cuales se han venido moldeando por la cultura prevalente. Se habla de una evolución genética (darwiniana) y de una cultural. La primera toma cientos de miles de años. La segunda, muy pocos. Me recuerda un poco aquella caricatura en la que había un perro muy grande que caminaba despacio y uno muy pequeño que le daba vueltas a aquel muy muy rápido. Por mucho que parezca que el grande y lento no se interesa por lo que hace su compañero, sí se desvía y hasta cambia al final por él.
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En ninguna de estas dos opciones de cambios de comportamiento de los humanos como especie se puede apreciar un determinismo fatal ni una mente magistral que nos lleve por una vía u otra. Es un baile: los genes son la música, los pasos son la cultura y nosotros bailamos bien o no y vamos cambiando el ritmo o no.
Los fracasos más grandes de las culturas han sido los que quieren ir en contra de eso que podríamos llamar naturaleza humana. Por eso siempre falla la esclavitud. Por eso es que siempre ha habido guerras. En un conjunto determinado de circunstancias, los seres humanos van a revertir a querer ser libres, a tener reacciones violentas, incluso a ser carnívoros. Son demasiados cientos de miles de años de beneficios como para que alguien pretenda borrarlos simplemente porque son los valores prevalentes de la sociedad moderna (la que sea que esté en la modernidad de la época).
Por eso es tan frustrante que los sistemas políticos estén sentados sobre la idea, que a mí me parece errónea, de que una mente genial es suficiente para arreglar todos los males de la sociedad, sin tomar en cuenta cómo somos de verdad los humanos. Les abrimos las puertas del poder a otras personas y pretendemos que no se nos cuelen los que abusan de él.
Como especie, sería bueno que no creyéramos para toda la eternidad que somos superiores y que estamos exentos de una naturaleza básica, por muy compleja que sea. Aceptarlo haría que fomentáramos las circunstancias que propicien las conductas que deseamos. A una persona que se está muriendo de hambre no se le puede decir que no tale un bosque si es esa su única opción, igual que pertenecer a maras, robar, ser corrupto o premiar conductas egoístas dañinas. Claro que existe la responsabilidad individual, pero ¿no sería más práctico que hubiera menos oportunidades de hacer las cosas mal?
En mi propio experimento social, íntimo y personalísimo, tengo un par de humanitos que moldear. Espero que su naturaleza me ayude.
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