Compromiso (feliz cumpleaños a mí)

Guardo una irracional esperanza en esta tierra abonada con siglos de mierda y sangre en donde soy semilla y crezco. Crezco porque no me queda de otra. Tierra de injusticias, abismos y cielos aún azules. Tierra en la que vivo y muero por una sencilla y humana razón: tengo necesidad.

Aclaro: esta necesidad va mucho más allá de mis circunstancias personales actuales. Siento una sincera y comprometida necesidad de retribuir un poco de lo mucho que este país me ha dado. No quisiera que esta última línea sonara a compromiso vacío. Mi deseo de establecer un vínculo con este país reside en la retribución.

Estoy genuinamente agradecida de formar parte de ese ínfimo 2 % de guatemaltecos que lograron ingresar a la universidad. Y por haberlo sido en varias ocasiones ya.

Guatemala me ha obligado a enfrentar situaciones de migración, desarraigo, violencia y retornos inciertos. Desde siempre. Pero es hasta hoy —a mis recién cumplidos 42— cuando logro agradecer la riqueza humana que este país tan diverso y contrastante me permite.

Y esto es cierto para todos mis connacionales: la vida en Guatemala es tan dura como enriquecedora. La resiliencia es casi un símbolo patrio a estas alturas. Guatemala no pasa desapercibida en el alma. Puedo decir —con toda certeza— que Guatemala me ha permitido ser quien soy hoy.

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Creo que hay cierta sensibilidad que solo se desarrolla por medio del contacto con otros. Durante 42 años he tenido oportunidad de convivir con diversas poblaciones, hecho que ha enriquecido mi experiencia tanto profesional como humana. Personas con discapacidad física y mental, adolescentes, migrantes, estudiantes y familias guatemaltecas han aportado valor a la forma en la que hoy concibo mi vida. Estas personas también me han motivado a trabajar en busca de un entorno más inclusivo y respetuoso de las diferencias. Y a entender que esto es lo mínimo que puedo hacer.

A mis 42 considero que el éxito reside, más que en indicadores económicos, en el acompañar y atestiguar el proceso humano que implica el superar un obstáculo, sea este la pobreza, la violencia o un entorno adverso. De primera mano puedo decir que los cambios tangibles que podemos facilitar en la cotidianidad nos permiten incidir en la calidad de vida de otros. Este país me ha enseñado que es posible transformar un entorno en beneficio de todos. Es por esto que siento un profundo compromiso y una urgente necesidad de defender el derecho que a la gran mayoría de los guatemaltecos se les niega por completo: el derecho a una vida digna.

Soy una profesional comprometida, madre luchona y mujer de ovarios bien colocados. Y no lo digo por vanagloriarme. Lo explico porque este país no me permite ninguna otra opción. Mi nombre es Ximena Fuentes Molina, tengo 42 años y hoy, por primera vez, me comprometo con Guatemala. (Continuará).