Y a pesar del cuarto de siglo transcurrido, su contenido sigue vigente y es aún una guía en cuanto a los temas que hay que seguir demandando. La menciono porque en el marco de la campaña electoral es menester seguir hablando de la violencia que vivimos las mujeres en todas las esferas. En la convención se establece que la violencia contra las mujeres constituye una violación de los derechos humanos y de las libertades fundamentales, que es una ofensa a la dignidad humana y una manifestación de las relaciones de poder históricamente desiguales entre mujeres y hombres. Se afirma que el derecho que tenemos a una vida libre de violencia incluye, entre otros, el derecho a ser libres de toda forma de discriminación y a ser valoradas y educadas sin patrones estereotipados que nos subordinen.
Es necesario seguir hablando de este tema porque persisten las grandes inequidades entre hombres y mujeres. Perdura la violencia estructural contra las mujeres, la cual no puede sino entenderse en el marco de un sistema que es patriarcal, pero a la vez racista, clasista y heteronormado. Y pregunto cuánto de estos temas ha puesto usted en debate en estos días de campaña electoral. ¿Les ha preguntado a quienes se postulan para dirigir el país qué piensan hacer para disminuir las terribles cifras de violencia sexual contra niñas y adolescentes en el país? ¿O qué tipo de medidas van a asumir para que no nos sigan matando y mutilando? ¿O cuánto van a trabajar en la construcción de marcos regulatorios para que no se nos paguen menores salarios por ser mujeres? ¿O al menos planteó usted dentro de sus inquietudes algunas que tuvieran que ver con la situación de las niñas, las adolescentes y las mujeres adultas? ¿Con las mujeres indígenas?
No estoy negando la importancia de algunos de los temas puestos en agenda. Por supuesto que es de suma relevancia tomar en cuenta qué medidas se van a tomar para enfrentar las viejas y nuevas formas de apropiación de los recursos naturales y la falta de salud, educación, viviendas, carreteras; qué piensan de la desigual distribución de recursos, de la violencia estructural y del latiguillo de la corrupción. Pero me ha hecho falta saber qué han diseñado pensando en paliar, achicar o desterrar las enormes inequidades entre hombres y mujeres en el país. Me temo que sobre eso hemos escuchado poco o nada en la campaña.
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Por la agenda que se ha manejado, parece afianzarse un viejo mito: que los problemas de las mujeres siguen teniendo que ser abordados como problemas que nosotras debemos discutir, proponer y cambiar, no como problemas sociales. Parece que estos problemas que nos afectan de manera particular a nosotras las mujeres con toda nuestra diversidad no son importantes, no son urgentes. O sea, se nos sigue diciendo que nos esperemos. ¿Cuándo se considerará prioritario abordar los femicidios, la violencia sexual, la exclusión permanente, la discriminación prolongada, la condición diferenciada? ¿Cuándo serán temas de podio?
Y claro que hay que hablar de los problemas desde su integralidad. Y por supuesto que las opresiones se imbrican, se entrecruzan, y a veces algunas son más evidentes que otras. Pero todas están allí en los cuerpos, yuxtapuestas. Es importante evidenciarlas porque, si el debate desde la integralidad de los problemas invisibiliza las particularidades, a mí me queda siempre la duda de si es que se integran en el todo o que simple y llanamente no se han tomado en cuenta.
Yo creo en proyectos que le apuestan a la recomposición de fuerzas colectivas porque estoy absolutamente convencida de que restringidas y restringidos a nuestro cuerpo individual no hay salida. Pero llamo a la reflexión porque estamos en tiempos cruciales y esa recomposición de fuerzas a la que apelo nos compete a todos y todas. Si seguimos creyendo que esa tarea le corresponde a una persona (que en el mejor de los casos será la que elijamos porque nos parezca las más idónea), permaneceremos en la restricción de nuestro cuerpo individual. Y desde allí no hay salida.
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