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Una persona saluda a los simpatizantes vistiendo un disfraz del presidente Nayib Bukele, durante el acto de investidura en la Plaza Gerardo Barrios en el centro histórico de San Salvador./ Edwin Bercián

El mandato inconstitucional de Bukele y El Salvador que lo aplaude

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El mandato inconstitucional de Bukele y El Salvador que lo aplaude

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En un acto protocolario lleno de simbolismos marcado por presencia militar, Nayib Bukele tomó posesión de un segundo período presidencial en contra de la Constitución de su país. Frente a miles de simpatizantes celebró el inicio de lo que para sus críticos es una nueva dictadura centroamericana.

I.    Un pueblo que aplaude la muerte de su democracia

El calor y la aglomeración comenzaban a desesperar a la multitud, cuando los altoparlantes dispuestos en todas las esquinas de la plaza central anunciaron su arribo. Eran las 9:00 de la mañana de aquel 1 de junio de 2024. El vehículo que trasladaba a Nayib Bukele se estacionó a un costado del Palacio Nacional en San Salvador, la capital de El Salvador. 

Con su esposa caminó sobre la alfombra roja frente al edificio. Ambos saludaron sonrientes a los miles de salvadoreños que desde muy temprano llegaron para verlo jurar como presidente un segundo mandato. 

«¡Parece un príncipe!», exclamó una joven estudiante en medio de la multitud. De inmediato, sus compañeras respondieron al unísono con un «síiii» agudo. Veían a un Bukele diferente. No de saco y corbata, como es usual, sino con una levita negra de cuello alto y bordados dorados en las mangas y los bordes de la prenda, lo que le daba el aire de un cadete o alguien de la realeza.

La pareja presidencial se encaminó al palacio y desapareció. Solo el círculo más cercano pudo ver en vivo la ceremonia. El resto, como la joven que lo comparó con un príncipe, siguió la ceremonia desde la plaza a través de pantallas LED instaladas al frente.

La estética militar fue parte de los simbolismos de esa mañana de sábado; desde cientos de soldados que resguardaban el perímetro hasta un desfile con 1,890 miembros de las Fuerzas Armadas que saludaron al mandatario. De negro y capa, como los oficiales del ejército imperial de Star Wars o de Augusto Pinochet, de Chile, pero en el trópico a 27 grados.

Los asistentes aplaudieron a su Presidente, muchos provenientes de distritos lejanos que llegaron en buses patrocinados por personas vinculadas al Gobierno o al partido oficial, según admitieron algunos presentes, como una directora de escuela y empleados municipales. Otros, bajaron en el transporte que el Ministerio de Obras Públicas puso a disposición de los ciudadanos en la capital. Y estuvieron también los que llegaron por su cuenta con sus familias o amigos. Incluso hubo quién tomó un avión para asistir a la toma de posesión.

«Es algo que por primera vez en la historia de nuestro país, generaciones como la nuestra, vamos a presenciar; algo tan especial como es la toma de posesión y que por segunda vez el presidente tiene la oportunidad de formar parte — del Gobierno — por los próximos cinco años», dijo Elias Conde, un migrante que dejó El Salvador en 1982 y regresó el año pasado (2023) por primera vez. Viajó desde Sacramento, California, Estados Unidos, para apoyar a Bukele. Ahí estaba bajo el sol, vistiendo una camiseta con un diseño con el rostro del mandatario y  el escudo nacional.  

Fue un día histórico para unos, aunque necesariamente en un sentido positivo para todos. Han pasado 80 años del último presidente salvadoreño que prolongó sus poderes en contra de la Constitución y asumió un gobierno de facto; es decir, sin respaldo legal: el dictador Maximiliano Hernández Martínez, en 1931. 

Pero no fue ese ejemplo el que siguió Bukele para optar a su segundo mandato, sino los pasos de un dictador más moderno, los de Daniel Ortega, de Nicaragua: para mantenerse en el cargo, el presidente salvadoreño destituyó ilegalmente a los magistrados de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, en mayo de 2021, y nombró a nuevos funcionarios (sentados entre los invitados esa mañana) quienes reinterpretaron la carta magna para abrir así la puerta a su reelección.

Para Elías Conde, que pudo regresar a su país después de 31 años sin temor a la violencia de las pandillas, y para un gran porcentaje de la población que apoya al líder político, la legalidad del segundo mandato de Bukele es lo de menos. Tampoco quiere saber sobre las denuncias por detenciones arbitrarias, las muertes bajo custodia del Estado y violaciones a derechos humanos durante el régimen de excepción, la política de seguridad de Bukele. El resultado es lo importante, el cómo no le interesa, explicó.

«Esos son señalamientos de personas que nunca han estado de acuerdo con las acciones que ha hecho el Presidente. Realmente es una raquítica oposición que no tiene credibilidad», dijo. 

A las 9:24 horas el Presidente juró con la mano sobre una Constitución, la que él y su partido violaron en repetidas ocasiones para llegar a ese día. Gracias a la última maniobra oficialista, Bukele y su Asamblea podrán crear su propia Constitución sin pasar por el proceso de una Asamblea Constituyente, explican expertos como el abogado Enrique Anaya. 

El 29 de abril, la Asamblea Legislativa controlada por su partido, aprobó una reforma que permitirá hacerle más cambios exprés a la Carta Magna. Antes, para reformarla era necesaria la ratificación por parte de dos períodos legislativos; ahora, solo requerirá de la votación de una legislatura.  

Bukele se reeligió con el 85 % de los votos de salvadoreños que le otorgaron todo el poder a cambio de seguridad y efectividad. Seguridad a base de miedo, efectividad por encima de todo.

II.    ¿El nacimiento de un nuevo dictador centroamericano?

Daniel Zovatto, politólogo y jurista del Programa Latinoamericano del Wilson Center, señala que además de la ilegalidad de su segundo gobierno, Bukele, a lo largo de su mandato se ha convertido en un líder autoritario. Describe cómo se ha llevado a cabo de manera acelerada y con apoyo popular, «un desmantelamiento de la democracia, una fuerte concentración de poderes, un debilitamiento del estado de derecho, un uso abusivo del régimen de excepción y graves violaciones a derechos humanos», señaló. 

El 1 de junio, para él entre otros, marcó el inicio de una nuevo proyecto dictatorial en el país centroamericano más pequeño. 

En los cinco años de su primer mandato, Bukele logró concentrar el poder del Estado bajo su figura. No solo a través de sucesivos golpes al poder judicial que le permitieron nombrar magistrados y cientos de jueces, sino a través de cambios legales para eliminar la representación de los partidos de oposición en la As amblea y los gobiernos locales. 

Con la excusa de un «ahorro presupuestario», el partido oficial Nuevas Ideas y sus aliados, aprobaron una reducción del número de diputados de 84 a 60. Cambiaron la fórmula matemática para asignar curules y lograron reducir a los diputados de oposición a tres. También se reformó la distribución territorial del país con la unificación de municipios, que pasaron de 262 a 44, con el mismo objetivo de minimizar el pluralismo político y beneficiar al partido oficial. 

El régimen de excepción, la política estrella de su primer período, sirvió para desarticular pandillas, pero también como una forma de controlar a la población, señalan expertos. Entre los miles de detenidos durante la vigencia de la medida, se cuentan líderes comunitarios, miembros de sindicatos y defensores de los derechos humanos y el medio ambiente. Gente inocente. 

Los más recientes fueron un grupo de ocho veteranos de guerra, miembros de la organización Alianza Nacional El Salvador en Paz, detenidos el 31 de mayo, en las vísperas de la toma de posesión. La Fiscalía General de la República, cuyo titular fue impuesto por Bukele, los acusó de planificar «actos de terrorismo» para causar disturbios el día de la ceremonia de juramentación. Como prueba, las autoridades publicaron fotografías de cuatro morteros pequeños, con los cuales supuestamente «detonarían gasolineras, supermercados e instituciones públicas».

El Comité de Presos y Presas Políticas de El Salvador (Cofappes), surgió a raíz de la detención irregular de figuras políticas de oposición durante el Gobierno de Bukele. Se solidarizó con la alianza, se trata de una «captura engañosa y la fabricación de un caso», dijo. Las familias de los detenidos pidieron a las autoridades información de sus seres queridos, varios de ellos, mayores de 60 años y con enfermedades crónicas. 

«Son líderes, luchadores sociales y defensores de derechos humanos (...) no son delincuentes ni apologistas de actos terroristas como obviamente este Gobierno intenta ver y criminalizar el trabajo de las organizaciones sociales», aseguró Ivania Cruz, de Cofappes, en una conferencia de prensa el jueves 6 de junio.

El miedo y la autocensura son ya un sentir colectivo en El Salvador de Bukele. Líderes de opinión, tanques de pensamiento y organizaciones sociales dejaron de pronunciar públicamente sus críticas al Gobierno. Para los periodistas es cada vez más común que las personas hablen sólo bajo condición de anonimato. «Usted sabe, por cómo está la situación», suelen excusarse las fuentes. 

«La millonaria campaña mediática y proselitista que caracterizó el primer quinquenio, se enfocó en convencer a la población que solo violando derechos humanos es posible garantizar seguridad. Por lo tanto, quienes defienden los derechos humanos son enemigos, criminales, terroristas», recordó la investigadora, Celia Medrano, quien en las pasadas elecciones corrió como candidata a vicepresidenta por la iniciativa Sumar. 

Para Medrano, en el segundo mandato, escalará la agresión (ya permanente) contra organizaciones, medios de comunicación independientes y líderes de oposición. También la promulgación de leyes injustas que legalicen la criminalización de estas figuras. Las predicciones de Medrano (y de otros consultados que prefieren no aparecer en este texto) dan por inaugurada la dictadura de Bukele. En sus palabras se advierte represión contra la crítica hacia su gobierno y deterioro de las libertades civiles.

III.    Obediencia y lealtad. 

Bukele comenzó su discurso con una aclaración: su segundo mandato es legítimo. «Todos los gobiernos del mundo reconocen a este gobierno, a pesar de lo que digan algunos opositores. Entre esos, el Gobierno de Estados Unidos, que envió una delegación a la toma de posesión, cambió su postura sobre la reelección del Presidente. La diplomacia de (Joe) Biden pasó de condenar las pretensiones de reelección del mandatario a afirmar que no le corresponde intervenir en asuntos internos. 

En su discurso, el líder de facto intentó convencer a los presentes que su legado era el de todos y que debían defenderlo como leones. Entonces pasó a compararse con un doctor que curó a El Salvador del cáncer de las pandillas y reclamó a quienes han decidido escuchar las críticas de «otros doctores» hacia su método . 

«Les recuerdo lo que dice la Biblia: Por sus frutos los conoceréis. Valoren ustedes mismos, quiénes fueron los que prometieron y no hicieron nada, y quienes sí logramos transformar este país, sí logramos dar frutos buenos. Así como aquel enfermo confió en el doctor que curó el cáncer terminal, y que además tiene tratamiento para curar las demás enfermedades. La oposición que es numéricamente insignificante, pero rabiosa, sigue defendiendo una institucionalidad, una democracia, como le llaman ellos, que solo nos dejó hijos, madres, abuelos, amigos y hermanos asesinados impunemente», dijo. 

Bukele recordó palabras de su primer discurso hace cinco años: para curarse, dijo, quizá el país tendría que tomar medicina amarga. Para su segundo mandato prometió dedicarse a curar la economía, el principal problema que afecta a la población salvadoreña, según las encuestas de opinión, pero antes advirtió que quizá habrá que seguir tomando la medicina amarga. Por ello le pidió a su pueblo «lealtad incondicional». 

Para asegurarse de que entiendan lo que esto significa los hizo proclamar su propio juramento: «Juramos defender incondicionalmente nuestro proyecto de nación siguiendo al pie de la letra cada uno de los pasos sin quejarnos, pidiendo la sabiduría de Dios para que nuestro país sea bendecido de nuevo con otro milagro. Y juramos nunca escuchar a los enemigos del pueblo». La mayoría en la plaza lo escuchó con la mano derecha levantada. 

En el nombre de Dios lanzó una última bendición para el país. La plaza lo despidió con aplausos. 

«Presidente para toda la vida», gritó una mujer entre la multitud. 
 

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