Hay quienes dicen que la mente humana percibe el paso del tiempo comparándolo con el tiempo que uno lleva vivido. Es decir, para un bebé de un año, un mes es una doceava parte de su vida, mientras que para un señor de 50 años es apenas una sexcentésima parte. Por lo tanto, el señor de 50 percibe lo mismo como menos.
Yo no me la creo. Me convencen más los que dicen que la percepción del tiempo depende de la cantidad de cambios y emociones que uno ha experimentado. A más sensaciones vividas más largo se siente, pues. En cambio, si uno ha pasado 20 años encerrado en una rutina milimétricamente repetitiva, cuando voltee a ver hacia atrás sentirá que fue apenas un mes.
Aclaro que ésta es nada más mi percepción. No es una conclusión a la que haya llegado vía revisar una gran cantidad de papers en revistas médicas prestigiosas, sustentados con evidencia de imágenes cerebrales y ese tipo de cosas. No es eso. Es la conclusión a la que he llegado partiendo de la limitada cantidad de evidencia que son mis sensaciones y experiencias personales. Desde luego, estoy abierto a que algún neurólogo me diga que es una tremenda estupidez.
Pero esa posibilidad no me quita el sueño. Mi explicación –no científica– es suficientemente buena para lo que la necesito. Me queda como anillo al dedo para explicarme por qué cuando pienso en la época antes de empezar a llenar este espacio quincenal siento como que estuviera echando una mirada a la época en que los tigres dientes de sable y los mamuts poblaban el planeta.
Quizá el aporte de emociones que ha hecho tan largo este período sea el ahuevón que siento cada dos lunes al enviar mi texto, ese miedo a que aparezca de la nada alguien de ideas totalmente contrarias a las mías, mala persona y armado con no sé cuántos doctorados de Harvard y MIT, y que se ponga a refutarme cada cosa que digo y a hacerme quedar en público como un idiota. Puede ser eso, pero también creo que es otra cosa un poco más profunda.
Participar desde una tribuna pública –emitir regularmente opiniones sobre la realidad nacional– es una forma de ejercer ciudadanía. Es tomarse los propios ideales políticos un poco más en serio que el promedio y dar un pequeño paso en el camino hacia volverlos realidad. El problema es que basta una lectura superficial de la historia o incluso de los diarios para concluir que el idealismo en este país es problemático.
A muchos, el idealismo les representó acabar varios metros bajo tierra. Pero a otros –y esto es lo que me parece más curioso– los llevó a un lugar distinto pero que tampoco es un lugar en el que ningún joven sueña con acabar su carrera. Porque cuando pienso en los líderes políticos que podrían definirse como los más exitosos del país en las últimas décadas –entendido el éxito como la capacidad de impulsar efectivamente su proyecto– se me vienen a la mente nombres como Efraín Ríos Montt y Álvaro Arzú, ambos grandes generadores de anticuerpos en la sociedad, por decir lo menos.
Lo que me aterra –pero añade a las emociones de aparecer por aquí cada dos semanas– es revisar de reojo la historia de este país y notar que han transitado por aquí seres mucho más inteligentes, más valientes, más disciplinados, más instruidos y más sagaces que yo y la cosa sigue igual. Es como si aquí gobernara una máquina encargada de aplastar y hacer crujir contra las piedras a cualquiera que albergue sueños colectivos.
Pero, ¡alto!
Me precipito.
Entro a mi Facebook y veo que al Presidente Árbenz lo recuerdan con una campaña bien sexy. Lo que fue vergüenza, 60 años después se convierte en dignidad.
¿Mi generación logrará cambiar las cosas en Guatemala? ¿Servirá de algo este espacio que tanto tiempo me absorbe cada quince días? No lo sé, la verdad. Como columnista, debería darle certezas pero en realidad lo que tengo son preguntas.
Ayuda en algo saber que aunque este camino puede llevar al fracaso y a la soledad, también es cierto que eventualmente puede aparecer –quizás muchos, muchos años después– quién haga de la soledad su punto de encuentro y del fracaso, un triunfo. Y todo tenga sentido otra vez.
Más de este autor