Parte de dos supuestos importantes, sin los cuales es imposible aplicarlo: la programación de entradas y salidas de recursos del proyecto y una tasa de descuento. Lo que hace el método es “traer el presente” todos los flujos de recursos del futuro, usando la tasa de descuento para restar de ellos el valor del dinero en el tiempo, o sea el costo de oportunidad que representó esperar ese flujo hasta el momento en que se materializó. El producto final es un saldo –puede ser positivo o negativo– que describe el valor que agrega o elimina la realización del proyecto.
Dado que este producto final es teóricamente el semáforo que da luz verde o luz roja a un proyecto, resulta crucial que los supuestos del modelo reflejen fidedignamente la realidad. Estimar las entradas y salidas de un proyecto es ya de por sí un reto grande, que puede ser asistido por benchmarks, encuestas o, en el mejor de los casos, contratos específicos. Pero estimar la tasa de descuento no es un reto menor: ésta debe reflejar el costo de oportunidad específico al que se enfrenta el inversionista del proyecto, aquello que alternativamente podría haber hecho con su dinero a un nivel similar de riesgo y en condiciones similares del mercado.
La correcta estimación de ambos supuestos –diagrama de flujos y tasa de descuento– podría ser por sí sola la materia de un programa de posgrado. Puede tornarse enormemente interesante y compleja. Sin embargo, en el curso en el que justamente vi todo esto, una anécdota del profesor me trajo de regreso a la tercermundista realidad. Hace no mucho, en una empresa grande de Guatemala –de las pocas que se pueden dar este lujo– trajeron a un experto internacional en evaluación financiera para capacitar al equipo local. Al llegar al tema de la tasa de descuento –un tema de cuyo perfeccionamiento el experto había hecho toda una carrera– se fue de espaldas. “Le colocamos 5%” era el método de estimación de los locales.
En Guatemala, no es infrecuente encontrar postes con telarañas de alambres, donde se entremezclan caóticamente alambres de luz, teléfono y televisión. La señal, sin embargo, pasa de alguna manera. Funciona, como funciona para efectos prácticos “colocarle el 5%” a un método de valuación de proyectos. Es de cierta forma la cúspide del “conocimiento práctico” en contraste al “conocimiento teórico”, una forma de proceder que no deja de tener sus partidarios, incluso entre los propios intelectuales.
Pero a juzgar por los resultados, no hemos obtenido de ello lo mejor. Porque a pesar de habernos ahorrado plata en pagar salarios de investigadores y técnicos –y dolores de cabeza en tratar de entenderlos–, siempre está esa sensación de que aquí las cosas en cualquier momento se desmoronan. Que nos hable aquí el incendio de La Terminal por un “corto circuito”. En contraste, salta a la vista la estabilidad de los países donde se invierte plata y gozan de prestigio las labores académicas y de investigación con suficiente distancia de la “primera línea” de producción económica.
La investigación académica puede llegar a desarrollar sus propios vicios, es cierto. Los datos pueden no decir toda la verdad. O se puede caer en aquel famoso estereotipo sobre el académico que presenta soluciones que funcionan sólo en el pizarrón. Pero en Guatemala, debería ser un pecado no apostar por fortalecer la investigación cuantitativa, tanto en el sector público como en el privado. Lo contrario sería repetir la lógica de quienes postergan un cada vez más urgente nuevo Censo: ¿Qué más da si somos 14, 15 o 16 millones?
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