Política Económica en la Tierra del Quetzal (III)

Es posible encontrar nichos de mercado en los que una adecuada combinación de proteccionismo, organización social y acceso a financiamiento pueda generar focos de desarrollo en el campo

Autores

Autoría:

Ximena Fuentes Molina

29 03 17

Tipo de Nota:

Opinión

Política Económica en la Tierra del Quetzal (III)

15 de Octubre de 2013

Palabras clave

Autores

Autoría:

Juan Miguel Goyzueta

Entre las opciones que se hacen oír para desarrollar económicamente a Guatemala también se encuentran la economía campesina y la industria manufacturera. Tal como la explotación de recursos naturales y el turismo, estas opciones tienen sus pros y sus contras, sus opositores y partidarios. A continuación, una breve mirada a ellas.

Economía campesina: Escoger esta opción significa desarrollar al país tomando como punto de partida al pequeño agricultor, el cual serviría como base de las economías locales comunitarias. Este modelo se posiciona frontalmente contra la globalización y sus corolarios, la especialización y la concentración industrial. De ahí deriva que sus partidarios sean generalmente los críticos de la globalización y sus detractores sean las firmas multinacionales y los grandes capita...
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Economía campesina: Escoger esta opción significa desarrollar al país tomando como punto de partida al pequeño agricultor, el cual serviría como base de las economías locales comunitarias. Este modelo se posiciona frontalmente contra la globalización y sus corolarios, la especialización y la concentración industrial. De ahí deriva que sus partidarios sean generalmente los críticos de la globalización y sus detractores sean las firmas multinacionales y los grandes capitales locales. La apertura comercial y la tecnología han botado las barreras que antes permitían mercados locales con una eficiencia inferior a la mundial. La regla de la globalización es: el ganador se lleva todo. Es decir, aquel productor con una eficiencia aunque sea un poco superior al resto, terminará desplazando a todos los demás, pues inevitablemente terminarán concentrándose en sus manos los factores de producción (tierra, capital, mano de obra, etc.). En este sentido, es difícil visualizar cómo –en ausencia de proteccionismo- podría revivirse a gran escala el concepto de “economías locales”, especialmente tomando en cuenta la baja eficiencia de la agricultura guatemalteca. Con la excepción de ciertos monocultivos como el café y el azúcar, los rendimientos por hectárea de la mayoría de productos guatemaltecos están entre los más bajos de América Latina. A nivel agregado, el producto por trabajador agrícola guatemalteco también es de los más bajos, superando únicamente a Haití en la muestra de países de la CEPAL –un trabajador agrícola costarricense, por ejemplo, genera una renta hasta cuatro veces superior a la de un guatemalteco. En el producto por hectárea a nivel agregado no estamos tan mal, pero ésta es una medida engañosa dado que depende de qué produzca cada país. La ineficiencia en gran medida se debe a la prevalencia de la agricultura de subsistencia. Cerca de un 40% de la población económicamente activa en Guatemala se clasifica como “activa en agricultura” según la FAO, mientras que en el resto de países latinoamericanos –con excepción de Haití- se ubica entre 10 y 25%. Además, entre la muestra de países que maneja la CEPAL para este tema, Guatemala fue el país donde más rápidamente creció la fuerza laboral agrícola entre 1990 y 2009, ya que en muchos países incluso decreció, conforme sus economías hacían la transición natural hacia la industria y los servicios. Adoptar esta estrategia implica no únicamente superar barreras como el acceso a la tierra y otros activos productivos –un tema políticamente cargado en Guatemala- sino fundamentalmente responder a la pregunta sobre cómo podrán ser competitivos en un entorno globalizado esos millones de agricultores guatemaltecos, agricultores que en otros países han migrado a las ciudades para ocuparse en otros sectores. Por su historia reciente, Guatemala parece comprometida con el libre comercio por lo que es difícil que dé marcha atrás. Sin embargo, es posible dentro del marco legal vigente encontrar nichos de mercado en los que una adecuada combinación de proteccionismo, organización social y acceso a financiamiento pueda generar focos de desarrollo en el campo basados en productos específicos. Aun así, dadas las cifras es poco probable que esta estrategia pueda ser una solución para la mayoría de los millones de campesinos guatemaltecos que actualmente están expuestos a la pobreza.

Industria manufacturera: Es la estrategia de desarrollo preferida por el sector privado organizado. El Ministro de Economía le puso título con su célebre frase “queremos que este país se convierta en la fábrica de Latinoamérica”. Dentro de esta estrategia también caben los famosos Call-centers, que se han convertido en uno de los mayores generadores de empleo para la clase media urbana. Las posibilidades de empleo que ofrece fueron bien descritas hace algunos meses por Lisardo Bolaños. En términos económicos, tiene sentido. La abundancia de mano de obra en el país –un problema si buscamos desarrollar el país a través de economías locales- se convierte en una fortaleza, que teóricamente permite replicar aquí los modelos de desarrollo de los países asiáticos, con la ventaja adicional de estar cerca de Estados Unidos. Uno de los principales obstáculos con que se enfrentan los promotores de esta estrategia es la extrema desigualdad de Guatemala, la cual es causa de necesidades regulatorias muy diferentes que a su vez generan conflictos cuando se tratan de armonizar. Un ejemplo de ello es en el tema del salario mínimo. Las diferencias abismales en la productividad de diferentes sectores hacen que el salario mínimo casi siempre quede muy por encima o muy por debajo de su nivel óptimo dependiendo del sector. Hay que recordar también que, si como país decidimos irnos de lleno por una estrategia de desarrollo intensa en mano de obra, estaremos también implícitamente aceptando que nos veremos forzados a mantener una política laboral relativamente débil, al menos inicialmente, para ser competitivos. Por el lado positivo, sin embargo, ésta es una estrategia que permite un desarrollo estable y donde las condiciones laborales van continua –aunque lentamente- mejorando y no conlleva el deterioro ambiental de la actividad extractiva. A pesar de la relación del desarrollo manufacturero con las terribles condiciones en los sweat shops de países como Bangladesh y Vietnam, sería un error meter a toda la industria intensa en mano de obra dentro de la misma olla. En los centros urbanos, por ejemplo, la actividad de los call-centers ya permite salarios que están empujando al alza incluso los ingresos de los profesionales universitarios. Por otro lado, es fácil recordar cómo en la década del 2000 la actividad de las maquilas mejoró los ingresos y las condiciones de los trabajadores que prestan servicios básicos, desde empleadas domésticas hasta dependientes de tienda. El reto en esta estrategia es hallar aquellas oportunidades donde la relación entre costos y beneficios sea mejor, en lugar de dejar una puerta abierta para industrias que quizá no nos convienen.

Juan Miguel Goyzueta

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