La rebelión de Ríos Montt

El spot que más recuerdo de esa campaña es uno donde Ríos Montt ofrecía “un gobierno garante y no un gobierno gerente” mientras prometía nacionalizar la luz y la telefonía. Él era el villano oficial de aquella época.

Para mí, uno de los ejemplos más obvios del sesgo en los medios de aquellos días fue que Noticiero Guatevisión –sin pronunciarse abiertamente a favor o en contra de candidato alguno- se dedicó a transmitir una serie de imágenes de las atrocidades de la guerra en su cobertura de los días previos a la primera vuelta. A pesar de que las encuestas no lo favorecían, flotaba en el ambiente el mito de que si Ríos Montt competía iba a ganar. Pero no fue así. El que pasó a segunda vuelta fue el Ing. Álvaro Colom, quien hasta ese momento tenía la imagen de un “buen hombre” de la izquierda moderada.

La polarización de la opinión pública en 2013 fácilmente llevaría a la conclusión que Guatemala siempre ha sido así. Pero poco después de finalizada aquella campaña de 2003 vino un período en el que la situación era todo lo contrario. El ambiente de la opinión pública de entonces era el de un consenso abrumador sobre que el gobierno de Óscar Berger era el camino adecuado para Guatemala, un consenso en el que las ideas ya estaban cabales. Ésos eran los días en que estaba de moda aquello de que “la izquierda y la derecha son conceptos anacrónicos”. La imagen de unidad nacional nos era impuesta a fuerza de sendas carátulas del presidente electo con Rigoberta Menchú, con monseñor Quezada Toruño y con otros personajes representativos de las organizaciones sociales. Y para quien no se tragara todo aquello sino que más bien viera algún rastro de hipocresía, la opinión mainstream tenía listo y presto el adjetivo-knock out que en ninguna otra época he oído tantas veces: “confrontativo”.

Entre los “confrontativos” de aquellos días no estaban solamente los más radicales izquierdistas. Estaba, sobre todo, la otra gran derecha que había quedado excluida del gobierno: la derecha militar. El gobierno de Berger era fundamentalmente el gobierno de la derecha empresarial, de filosofía libertaria. La derecha militar, por el contrario, era la derecha de la ley y el orden, la del pensamiento riosmonttista que plantea la prevalencia de las instituciones sobre los individuos. La diferencia entre ambas, en el fondo, no era otra que la diferencia entre el cuento del ratón que se lleva los dientes y la realidad. George Orwell decía que dormimos tranquilos en la noche tan sólo porque hay hombres rudos que están listos para llevar la violencia a quienes nos harían daño. Y así era fundamentalmente la cosa: mientras la derecha libertaria consideraba como un derecho inalienable y divino el goce de estar en la cima de la pirámide social basada en la propiedad privada, era la derecha militar la que tenía que hacer el trabajo rudo y mantener aquella pirámide cuyas bases no han tenido nunca nada de divino.

A la derecha militar, la experiencia de estar en el frente le dio un sentido práctico de las cosas que nunca ha tenido la derecha libertaria. Ríos Montt, a fin de cuentas, fue quien decretó el Impuesto al Valor Agregado, el cual al día de hoy constituye el fundamento de las finanzas públicas guatemaltecas.  Lanzó también el programa “Fusiles y Frijoles” y cuando regresó al poder de la mano de Portillo, muchos recuerdan nostálgicamente sus medidas para mejorar el poder adquisitivo de la clase trabajadora y las reformas sociales liberales de Zury Ríos. Todo esto se parece tanto a la sensibilidad social que la cooptada opinión pública de aquellos días no tuvo problemas en presentar a Ríos Montt como poco menos que un Lenin, imagen que quizás esté grabada en el subconsciente colectivo de mi generación por ser la primera que tuvimos de él.

Sin embargo, aunque en esa época y en medio de la ignorancia de clase resultaba difícil de ver, ni Ríos Montt ni la derecha militar fueron en realidad de izquierda. Lo esencial de su actuación política histórica estuvo dirigido a la preservación de la jerarquía establecida –la definición de la derecha. Las tensiones de aquellos días –cuya máxima expresión fue el Jueves Negro- no eran sino el conflicto entre dos derechas, entre un principal y un agente que se rebelaba demandando mejores condiciones de su contrato: un país más gobernable.

Diez años después ahí veo a Ríos Montt en el banquillo de los acusados respondiendo por sus actos. Él se planteó la pregunta fundamental de la política de una forma clarísima: ¿Cómo podemos vivir juntos los guatemaltecos? Y llegó a la siniestra y atroz conclusión que muchos debían morir, mientras ayudaba a otros más. Pero para la otra derecha y para buena parte de la izquierda, esa pregunta nunca ha existido. Y es ese siniestro vacío el que permitió las más negras de las respuestas.