Nos caracterizamos por ser una sociedad compleja en otredades, en la interiorización de ideas negativizadas del otro/ otra, de los otros/otras “diferentes”.
Las discriminaciones en Guatemala son un conjunto de ideas y prácticas que permiten la exclusión por clase, género, origen étnico y en estos tiempos de globalización, por no cumplir con los estereotipos de “éxito moderno”. En nuestro país, las discriminaciones funcionan como una interrelación rizomática, –concepto de Deluze–, como una interrelación de factores, acciones y acontecimientos que son causa y efecto, pero que al mismo tiempo se generan a sí mismas como causas y efectos de más acciones y acontecimientos; que aprendemos a través de las identidades asumidas o asignadas social, política, religiosa y culturalmente o, a través de los estereotipos y clishes del deber ser mujeres, hombres, jóvenes, “modernos”, “bonitos”, “exitosos”, etc.
Ser mujer indígena, que viste güipil y corte, que se moviliza entre la capital, una cabecera departamental, una cabecera municipal y una comunidad, quien participa de algunos espacios profesionales, me otorgan cierto discernimiento para reflexionar acerca de cuáles han sido los avances que hemos tenido como sociedad para romper con los circuitos de discriminación y racismo que permean nuestro cotidiano en materia de origen étnico, género, edad y clase social.
Desde la firma de los Acuerdos de Paz en 1996 y las posterior inversión en sensibilización por el respeto a la diversidad, los derechos de pueblos indígenas y mujeres de parte de la cooperación internacional –aún y a pesar de estar implementando políticas para sus propios intereses– una gran parte de la sociedad guatemalteca se vuelve a un discurso políticamente correcto, de indios se pasa a denominar mayas y xincas a los pueblos indígenas y aprendemos que compartimos territorio con un grupo garífuna. Sin embargo, decir, hablar y dirigirnos en términos políticamente correctos, no han sido esfuerzos suficientes para el rompimiento de prácticas, y actitudes discriminatorias, racistas, machistas y explotadoras de la mano de obra de mujeres y hombres indígenas en los diferentes niveles estructurales y económicos de la sociedad guatemalteca; siguen sin faltar quienes llamen María o indita a una mujer indígena; las mujeres indígenas siguen teniendo mínimas oportunidades de educación formal y son objeto de maltratos, abusos sicológicos, físicos y sexuales en su desempeño como trabajadoras en casas particulares, bancos, fincas, empresas privadas y/o estatales, ONGs, entre otros espacios. Para las ciencias sociales, los pueblos indígenas siguen siendo el objeto de estudio desde una lógica positivista, es decir, ciencias que invisten de autoridad formal a algunos sujetos para medir e interpretar “subjetividades” concluyendo desde metodologías formalmente correctas “ellos son” y seguir reproduciendo la incomprensión del sistema de conocimientos de los pueblos indígenas en su relación sociedades-sociedades y sociedad-naturaleza y, la usurpación de territorios indígenas sigue siendo una constante.
Sin embargo, en las relaciones sociales entre diferentes y desde lógicas de otredad, mujeres y hombres indígenas son también sujetos de múltiples resistencias y mecanismos de lucha por hacer de las diferencias una posibilidad de “nosotros somos”, más allá de una visión sociológica-antropológica de victimas perenes de discriminación. Hay experiencias de resistencia que nos dicen de la ruptura de la lógica discriminadores-discriminados como única vía de relacionamiento social en el país, ejemplo de ello es la actitud de dos compañeras integrantes de la junta municipal de Chichicastenango, cuando comparten: “nos han querido discriminar algunos ladinos y a veces hombres indígenas, pero no los hemos dejado, no se los hemos permitido”.
* María Jacinta Xón Riquiac. Maya k'iche, Master en Historia de las Ciencias
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