Guatemala ha llegado, casi, a un punto de no retorno. O se opta por la vida o nos despeñamos al inframundo: ese «lugar oscuro, sin vida y de donde ninguna persona que entra vuelve a salir […] Allá van los malos, los violadores de la naturaleza, los que roban y los que matan». Me refiero a la oscuridad y a las tinieblas.
Ante semejantes alternativas decidí escribir este artículo a manera de apostillas a un canto para la vida (a fin de llevarlo a la práctica) y me remití a la obra ya citada del antropólogo Carlos Cabarrús Pellecer, quien en las páginas 82 y 83 identifica las características (o la sintomatología) de las personas que optan por la vida. De tal manera, consigné en negritas esas características y a continuación escribí mis comentarios.
Quien opta por la vida tiene capacidad de trabajar sabiendo descansar. Esta característica es muy importante para guardar un sano equilibrio en los climas laborales. Quienes estamos al frente de instituciones o de dependencias debemos cuidar la salud de nuestros compañeros y la propia, particularmente en esta época de trabajo en modalidad virtual, que permite ocuparse las 24 horas del día.
Quien opta por la vida —porque discierne habitualmente— es capaz de construir el amor en su entorno. La construcción del amor es una deuda pendiente de casi toda la sociedad guatemalteca, no digamos del Gobierno central y de los locales. A manera de ejemplo, los huracanes Eta y Iota dejaron devastados el norte y el nororiente de Guatemala. Hay cientos de casas anegadas. Y en lugares como la aldea Campur, en Alta Verapaz, el agua sigue subiendo. A la fecha de hoy no hay ningún plan de contingencia (conocido o divulgado) para mitigar los impactos de semejantes desastres y menos para afrontarlos a largo plazo. Se perciben ya las enfermedades consecuentes (respiratorias, dermatológicas y gastrointestinales), y las hambrunas las tenemos enfrente. Afortunadamente, entre nosotros hay una versión muy actual del milagro de la multiplicación de los panes y los peces. No porque se nos haya multiplicado la comida, sino porque todos hemos compartido algo de lo que tenemos, y ello, como un primer paso para construir el amor, es esperanzador.
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Quien opta por la vida no es mosca que busca, remueve y traslada la suciedad, sino abeja que, buscando las flores, extrae de ellas la miel, que es alimento, edulcorante y remedio. Cabarrús se refiere a las heridas del corazón y al pozo de posibilidades de cada persona como los dos rostros de nuestro corazón que «nos hacen situarnos y comportarnos […] de maneras diferentes: como moscas o como abejas obreras. Darte cuenta de si eres mosca o abeja obrera te da pistas para comprender desde qué lado del corazón vives de ordinario. Las moscas están en el estiércol, en lo más sucio, y lo llevan adonde debe haber más limpieza […] Las abejas obreras extraen lo mejor de las flores y producen la miel […] alimento nutritivo y un remedio fundamental para los demás» [1].
Quien opta por la vida es capaz de dialogar, de ponerse en el punto de vista de la otra persona y de considerar la perspectiva que da estar en ese punto físico concreto. En Guatemala tenemos que recuperar el diálogo. A mi juicio, la búsqueda de la otredad es indispensable. En caso contrario, el intento sería como querer establecer un diálogo con un cántaro. Por muy solemne que concurriese este, tendríamos silencio como respuesta.
Quien opta por la vida y discierne, por lo tanto, es capaz de perdonar. Y no debemos decantarnos por el error de que perdonar implica olvidar. Por el contrario, el perdón no es un proceso de distracción o de abandono, sino una condición para reconstruir el tejido arruinado, sea personal, familiar o social. Perdonar implica rehacer y volver a comenzar.
Quien opta por la vida es persona honesta y experimenta libertad. Pero ha de recordarse que el fundamento de la honestidad y de la libertad es un corazón íntegro, porque un corazón partido no es un corazón fiel.
Las opciones descritas por el padre Cabarrús pueden ser derroteros que nos ayuden a experimentar la conciencia, vivencia indispensable para establecer una mejor versión de sociedad y de Estado.
Un abrazo fraternal. Hasta enero del próximo año si Dios nos lo permite.
[1] Cabarrús, Carlos (2006). La danza de los íntimos deseos. Siendo persona en plenitud. Desclée de Brouwer: Bilbao. Págs. 17 y 18.
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