La semana pasada, Donald Trump, presidente de los Estados Unidos de América, logró volver a asombrar al mundo con su descomunal falta de escrúpulos. El viernes realizó un mitin en el monumento del monte Rushmore, a la sombra de los gigantescos rostros de los expresidentes estadounidenses George Washington, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln y Theodore Roosevelt. En su discurso, el presidente descargó su veneno con una retórica agresiva que fustigó a quienes protestan contra los monumentos al pasado racista estadounidense y alegó que la «extrema izquierda fascista» promueve en los medios y en las escuelas una «cultura de cancelación», a la cual califica de «mera definición del totalitarismo».
Estas expresiones evidencian ignorancia profunda de parte de Trump en cuanto a la relación entre el fascismo y las corrientes ideológicas de izquierda. Además, haber hecho el mitin en ese lugar en medio de la crisis por los monumentos vinculados al racismo fue un insulto torpe y descomunal, ya que los rostros de Rushmore fueron tallados por Gutzon Borglum, un personaje vinculado al Ku Klux Klan. Asimismo, Washington y Jefferson fueron propietarios de esclavos, y la tierra donde se encuentra el monumento es considerada sagrada y en disputa por el pueblo Lakota, que ve dichas esculturas como un símbolo de la supremacía blanca y del racismo estructural. Para colmo, Trump autorizó fuegos artificiales durante el mitin, con lo cual violó una prohibición por el riesgo de incendios forestales.
Aparte de su retórica agresiva, que sí suena fascista, no se refirió a la gravedad de la propagación del covid-19 en su país debido a la irresponsabilidad de sus decisiones y actitudes. Fue notorio que la mayoría de los asistentes al evento no usaran mascarilla ni guardaran las medidas recomendadas de distanciamiento físico. Trump volvió a demostrar irresponsabilidad, egoísmo y falta de escrúpulo al día siguiente, cuando, en el discurso que profirió en el jardín de la Casa Blanca con motivo del aniversario de la independencia estadounidense, aseveró, sin fundamento, que «el 99 % de los casos de coronavirus en Estados Unidos son totalmente inofensivos». Casi de inmediato las autoridades de salud y diversos expertos desmintieron el embuste de Trump.
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Todo esto quizá nos importaría muy poco si fuera un asunto completamente ajeno y distante. Pero no lo es. Trump es el mismo irresponsable que ordenó llenar aviones con nuestros hermanos migrantes para deportarlos, incluso si estaban contagiados de covid-19, acto criminal que detonó la propagación comunitaria de la pandemia en Guatemala. Es el mismo que figura de pie, detrás del traidor vendepatrias Enrique Degenhart y de Kevin McAleenan, en aquella vergonzosa imagen de cuando se firmó el acuerdo de tercer país seguro.
El mismo xenófobo que ordenó la construcción de un muro en la frontera entre Estados Unidos y México y la encarcelación de niños migrantes, algunos de los cuales han muerto en custodia de la patrulla fronteriza estadounidense. El mismo que está detrás de la candidatura de Mauricio Claver-Carone como presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en un intento de capturar esa institución financiera internacional, que, de ocurrir, significará que, por ser el BID una de las principales fuentes de financiamiento externo de Guatemala, cada vez que se gestione un préstamo se hará a cambio de satisfacer otro chantaje de Trump.
Por desgracia, el que Trump se hunda en su locura nos incumbe, y mucho. Debemos ser conscientes de que su reelección es un peligro grave para el mundo entero, y en particular para Guatemala, y esperar que Estados Unidos no repita el error de 2016.
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