La forma en la que Trump ha manejado el impacto de la pandemia del covid-19 es catastrófica. En Estados Unidos van muriendo más de 101,570 personas por dicha enfermedad, 43,350 más que los 58,220 soldados de ese país que perecieron durante la guerra de Vietnam. Las políticas irresponsables de Trump han logrado colocar a su país como el epicentro de la pandemia, con más de un 1.7 millones de contagios, de modo que es el país con más contagios y muertes en el mundo. Y la respuesta de Trump no podía haber sido más torpe: echarle la culpa a China y luego separar a Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud.
Como si la catástrofe del impacto de la pandemia no fuese suficiente, hoy Estados Unidos luce casi al borde de una guerra civil por una nueva crisis: la generada por el asesinato de George Floyd en Minneapolis a manos de oficiales de policía que lo golpearon mortalmente pese a estar desarmado. Este nuevo escándalo de brutalidad policial ha encendido protestas en por lo menos 20 ciudades estadounidenses, que hasta el domingo habían generado la movilización de alrededor de 5,000 efectivos de la guardia nacional de ese país. Sin embargo, la indignación y el enojo de la ciudadanía estadounidense se manifestaron con fuerza cuando miles de personas desafiaron el toque de queda y llenaron las calles, lo cual produjo caos, violencia, incendios y cientos de arrestos.
Estados Unidos luce un panorama que recuerda el caos del final de la década de 1960 y el inicio de la de 1970, cuando se combinaron las protestas en contra de la guerra de Vietnam, la lucha por los derechos civiles y los escándalos de corrupción y mentiras de los gobiernos de Lyndon Johnson y Richard Nixon. Desde una perspectiva sensata, esta situación crítica debería implicar que en noviembre la ciudadanía estadounidense se volcara a derrotar electoralmente a Trump.
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Sin embargo, la historia nos ha enseñado muchas veces que la humanidad puede ser muy inhumana e insensata. Quizá uno de los casos más estudiados es cómo el nazismo tomó el poder en Alemania al inicio de la década de 1930 pese a que, visto hoy, era más que evidente que el fascismo llevaría a ese país a la catástrofe, tal como ocurrió en 1945, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial. Tan ridículo como el nazismo deberían verse ejemplos contemporáneos como el de Jair Bolsonaro en Brasil o el de Trump en Estados Unidos, pero no es así. El riesgo de que un grupo de estadounidenses, su voto duro, logre reelegir a Trump es real y latente pese a catástrofes como el covid-19 y las protestas por el asesinato de Floyd.
Este es un tema relevante e importante para Guatemala y regiones como Centroamérica, ya que nuestra relación con Estados Unidos no es solo económica: va más allá del comercio y de las remesas que envían las hermanas y los hermanos migrantes. Es una realidad que estamos en la esfera de la influencia política estadounidense, y es acá donde se han intensificado las guerras de baja intensidad que ha impulsado Estados Unidos. Por otro lado, sin el ejemplo bravucón, autoritario, abusivo, racista y xenófobo de Trump, gobernantes como Jimmy Morales acá en Guatemala, Juan Orlando Hernández en Honduras o Nayib Bukele en El Salvador quizá habrían sido muy distintos.
Mientras Trump permanezca en el poder, los aprendices de dictador centroamericanos se sentirán con permiso para continuar sus desmanes y de ese modo alimentar el imperio de la corrupción, debilitar las democracias y dañar a sus pueblos.
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