Según la Organización Mundial de la Salud, «un desastre se define como situaciones imprevistas que representan serias e inmediatas amenazas para la salud pública o cualquier situación de salud pública que pone en peligro la vida o salud de una cantidad significativa de personas y exige la acción inmediata».
Pero un desastre implica también la incapacidad de los pueblos, de la sociedad o del Estado para resolver por sí mismos el impacto y las consecuencias de esos imprevistos. Y es necesario recordar que en Guatemala los desastres nos cierran la vuelta. Cada año nos golpea un huracán sin que nos hayamos recuperado del impacto y las consecuencias que nos provocó el huracán del año anterior.
Después de haber sobrevivido como paciente a la epidemia de shigelosis de 1969 (bacilo I de Shiga, que se confundió con amebiasis y mató a cerca de 20,000 guatemaltecos); después de haber vivido como estudiante de medicina el terremoto de San Gilberto (1976); después de haber sido cirujano del Hospital Regional de Cobán durante la época más dura del conflicto armado interno; después de haber vivido (ya como médico) tres epidemias más, incluida la de A (H1N1), que se manejó con las pezuñas, y no con la cabeza (2009), y después de hacer un análisis concienzudo del comportamiento de la actual pandemia de coronavirus, puedo asegurar que en una situación como la que tenemos enfrente, de verdad, mucho hace el que poco estorba.
Razones a continuación.
Por un lado, están los negacionistas. Son aquellos que pregonan esa verdad incómoda que se elige para evadir la realidad. Se rechaza la evidencia y se enfrenta el consenso científico sin fundamento alguno, pero con aires de sabelotodo. Por el otro, están los catastróficos. Son aquellas personas que eligen anunciar el fin del mundo y gritar a pulmón henchido que todo está a punto de terminar. Usualmente, se aducen sinrazones desde fanatismos religiosos.
En medio de los extremos anteriores quedan los aprovechados, los creadores de bulos (noticias falsas que se propagan, casi siempre, con intenciones perversas), los que preguntan en las redes sociales dónde está fulana o dónde está fulano, como si esos fulanos (casi siempre figuras públicas o antagonistas políticos o rivales ideológicos de quien pregunta) fueran expertos en la materia. Y desde tales estrados provocan una enorme confusión.
[frasepzp1]
En la cronología mundial de las pandemias, tres nos han puesto en aprietos (a los guatemaltecos) en el siglo XXI. La primera fue la pandemia de gripe A (H1N1), que cobró muchas vidas en nuestro país en el lapso 2009-2010. La segunda fue la del zika, que cabalgó a lo largo y ancho de Latinoamérica durante el año 2014. Y la tercera la estamos comenzando a sufrir. Se trata de un coronavirus diferente al que provoca el síndrome respiratorio de Oriente Medio. Comenzó en Wuhan y lo tenemos ahora en el corazón de Guatemala. De este no se tiene conocimiento exacto de su comportamiento a futuro.
Ni qué decir de brotes epidémicos muy particulares como la infección vírica transmitida por mosquitos del género Aedes. Me refiero al dengue, que es prevalente en muchas regiones de Guatemala.
Así las cosas, estimado lector, me permito hacer tres llamados (breves, precisos y concisos) para que circulen de la mejor manera posible. El primero corresponde a atender noticias de fuentes confiables (únicamente). El segundo, a no difundir informes falsos (producto de oscuros intereses). Y el tercero, a obedecer a los expertos. Téngase en cuenta que están de por medio no solo nuestra vida, sino la de nuestros semejantes, familia incluida.
Esta epidemia, aunque no se trata del fin del mundo, tampoco es un juego. Se debe obrar entonces en consecuencia. Hoy no caben sesgos ideológicos ni otro tipo de actuar que no sean el buen pensar y el buen sentir desde un enfoque científico y humanista. Apoyemos a nuestras autoridades, apoyemos al personal de salud y justipreciemos el sacrificio de quienes, en primera línea, ya están conteniendo el contagio a costa de poner en riesgo su salud y su propia vida.
Y a los políticos (muy particularmente a los diputados) les recuerdo que aprovecharse de momentos de sufrimiento (verbigracia, aprobar decretos legislativos para intereses propios, de sus financistas o de sus patrones) no es ético ni moral. De hacerlo, ello les acarreará vergüenza a ustedes y a su descendencia. Por favor, obren de manera consecuente y en beneficio de la población.
Recuerde, estimado lector: en tiempos de crisis, mucho hace el que poco estorba.
Más de este autor