Y en esa zona gris, la que queda en el medio, en la que habitan moderados y opacos por igual, siempre habrá oportunidades para aquellos que saben montar espectáculos. Porque al final panem et circenses sigue siendo la forma de complacer a un votante promedio: aquel que se queda atascado en el tráfico un par de horas en la mañana y otras dos en la tarde o aquel que jamás ha visto pavimentada su calle y que demanda entretenimiento, no rendición de cuentas.
Las cosas no parecen h...
Y en esa zona gris, la que queda en el medio, en la que habitan moderados y opacos por igual, siempre habrá oportunidades para aquellos que saben montar espectáculos. Porque al final panem et circenses sigue siendo la forma de complacer a un votante promedio: aquel que se queda atascado en el tráfico un par de horas en la mañana y otras dos en la tarde o aquel que jamás ha visto pavimentada su calle y que demanda entretenimiento, no rendición de cuentas.
Las cosas no parecen haber cambiado tanto desde los coliseos romanos, aunque las formas se cuidan menos en la época de la posverdad. Sigo dándoles vueltas a las palabras de Giménez mientras le doy a la bolsa de 100 libras con los mismos defectos de cuando empecé hace años y que nunca pude corregir: combinaciones lentas y bajar la guardia.
Sirva la alocución circense de por medio para recordar la añeja relación entre política y puñetazos. Mis recuerdos del Congreso ecuatoriano están llenos de exhibiciones de jabs y uppercuts mezclados con el lanzamiento de ceniceros de cristal en esas épocas en que fumar en un espacio público era bien visto —sobre todo para aliviar las tensiones del tranzar con el presupuesto estatal—.
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La parafernalia de combate de este viernes entre dos alcaldes me recuerda Lou Bizarro (1994), la canción de Andrés Calamaro sobre la pelea de Lou Bizarro contra Mano de Piedra Durán, que, de hecho, es un hito en la carrera del panameño. Calamaro relata cómo Bizarro fue noqueado en el segundo round en «un fallo que nadie protestó / porque un hombre cayó y otro hombre ganó». La interpretación de Calamaro, bastante blusera y alargada hasta la eternidad, tiene un estribillo muy útil que podrían recoger los estrategas políticos de quienquiera que pierda: «Un campeón a veces cae. / Un campeón también cae».
Por cierto, alguien escribió ya un corrido para la pelea, que ahora tiene su propia banda sonora.
Riders on the Storm suena en la radio del auto mientras dejó a mis hijas en la escuela y me acompaña con el tráfico de la mañana mientras hordas de motocicletas y camionetas grandes se cruzan entre sí en el camino a la oficina. Las noticias del día y las bromas de los amigos se multiplican. Lo cierto es que, sin duda, no pocos estarán pegados a la televisión para ver a dos alcaldes exhibir la técnica de mantener siempre la guardia en alto y no dejarse meter contra las cuerdas. Como en la política. Como en la surrealidad que acerca el espectáculo a lo público: banalizando todavía más la política.
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