Aclarado lo anterior, paso al artículo.
La selección de las candidaturas en un partido, tanto en lo que respecta a candidaturas parlamentarias como en lo referente a las presidenciales, es un proceso que requiere que los partidos sean cuidadosos en la selección. Porque todo lo que engloba y define al candidato, su pasado, su presente, sus escándalos, sus esqueletos en el clóset, sus carencias, sus capacidades y sus limitaciones, impregna al partido. Lo anterior es inevitable y por eso, en la mayoría de las democracias donde los partidos están institucionalizados, la selección del candidato es un proceso escrupuloso porque se pretende, ante todo, proteger al partido. Sin embargo, en democracias donde los partidos no están consolidados, el matrimonio entre partido y candidato sigue otras reglas, aunque no por ello termine siendo una relación más simple.
Un buen candidato no es necesariamente uno que deba ganar la elección. Esto es necesario dejarlo claro. Un buen candidato es uno que, de acuerdo con sus capacidades y características distintivas, logra objetivos que se definen como razonables, de tal suerte que a veces no es asunto de ganar el cargo, sino de lograr posicionarse en el mercado electoral para luego ser considerado en una coalición de gobierno. En otros casos no es ganar la presidencial, sino potenciar una bancada o asegurar el ingreso al sistema de esa pequeña bancada. Si el candidato es muy nuevo, su objetivo real es simplemente posicionarse en la mente del elector para construir una marca que en futuras participaciones logre aspirar al cargo. Por el contrario, un candidato que tiene un partido con sólida estructura de movilización, lealtades locales y una marca consolidada no puede seguir pensando en ser solamente impulso de bancadas dominantes o ganador de primeras vueltas: debe pensar en ganar o en darle pie lo más pronto posible al relevo generacional.
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Las simples condiciones que he descrito son, entre otras, las que deben dar paso a la selección lógica de candidaturas mediante una evaluación de la capacidad del candidato para cumplir el objetivo mientras al mismo tiempo se sopesa si su historial y sus características personales producen anticuerpos a la candidatura. Un candidato malo (como una marca poco o muy conocida), pero con habilidades comunicacionales limitadas y un historial problemático, puede ganar una elección (o potenciar una posible primera bancada) si su partido puede blindarse de las debilidades que su candidatura transmite. Por lo general, esto supone un voto leal, ya sea por lealtad al partido o por ostentar una estructura movedora de votos sobre la cual resbalan los problemas del candidato. Este es, por ejemplo, el caso de Sandra Torres y de la última apuesta a su candidatura presidencial. Incluso, como la estructura movedora de votos sería la clave de su campaña, a su caso muy particular se aplica el dicho popular de que «mala publicidad es buena publicidad».
Pero ¿qué pasa si un candidato genera demasiados anticuerpos que desgasten a su partido y este es uno muy nuevo, sin estructura en el terreno y que además compite por primera vez en elecciones? Aparece la tormenta perfecta para cualquier diseñador de campañas. He allí el reto de quienes diseñen la campaña del partido político Semilla. ¿Cómo se puede blindar a un partido de los anticuerpos y las condiciones previstas y no previstas que un candidato va a generar? Lo anterior es válido incluso si esos anticuerpos son resultado de situaciones legítimas o no.
La estructura de blindaje puede incluir la actitud de no contestar y de no caer en provocación, pero esto solo es útil si el candidato y su partido tienen un pedazo del mercado electoral suficientemente grande, asegurado bajo criterio de control pleno. De lo contrario, hay que construir la estrategia de comunicación para desmentir y orientar. Pero, aunque esto se haga, al final la fuerza y la estructura del partido son determinantes para sobrevivir la tormenta, sobre todo si el desgaste será permanente. Esto me parece un punto no negociable: si no hay un voto duro comprometido, uno bien aceitado, un candidato polémico es la peor apuesta de un partido nuevo. Todas estas condiciones son más complicadas si dicho partido, además, se presenta como progresista. Sí, es cierto. Allí está el ejemplo de Podemos, que, en efecto, vive en permanente efecto Nagasaki de campaña negra. Pero sus bases son leales, su mercado electoral se ha probado en elecciones y además, no lo olvide, el partido capitalizó un momento de crisis ciudadana, lo cual le permite, cual mejor estrategia, recordarle al electorado la razón por la cual decidió existir.
Pero Semilla no es Podemos y la UNE parece no entender el antivoto natural de su candidata, a menos que esté pensando ganar en primera vuelta y, de paso, judicializar la elección. Ambas, excepto situaciones fuera de lo previsto, son por ahora candidaturas inviables.
He allí lo interesante de hacer campañas en un contexto donde no hay nada escrito.
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