La primera vez que recibí esa atención en la calle tenía 11 años. Llevaba una falda de muñequitos y regresé a mi casa con ganas de vomitar. Lo que me dijeron hombres ya mayores no lo entendí en términos lingüísticos, pero sí en la sensación de asco y de vergüenza que me dejaron. Sucia. Me hicieron sentirme sucia a los 11 años por llevar una falda en la calle.
Mi experiencia es un dulcito comparada con la de niñas violadas, agredidas, asesinadas, con la de mujeres destazadas y tiradas como basura. Pero es importante entender que todas hemos tenido malas experiencias solo por ser mujeres. Podría hablar de haber sido drogada, manoseada, amenazada, pero creo que el nivel básico es ilustrativo.
Mejores personas que yo, con mucha mayor preparación y estudios antropológicos y sociológicos, han descrito el estado de las cosas en que nos encontramos. Las razones de lucha de poderes, en las que se puede creer o no. Lo que no se puede negar es que, cuando vamos caminando y vemos que se nos acerca un grupo de hombres, estamos esperando ese comentario denigrante como mínimo. ¿En qué cabeza es esa fachada de poder un comportamiento sano? No se siente como un halago: se siente como una intimidación. Es subrayar el derecho con que se cree un extraño de comentar acerca de la apariencia de alguien que no conoce y de decirle lo que se le ocurre hacer con ella.
Tanto tanto hemos escuchado en estos últimos años hablar del acoso, de las conductas no apropiadas, del papel en que nos sentimos las mujeres, del miedo que nos causan esas actitudes de abuso de poder que ejercen los hombres. Yo lo miro también por otro lado: el de ellos.
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¿Cómo podemos criar hijos a quienes hacemos responsables por todas sus conductas, a quienes les enseñamos que sus actos tienen consecuencias, menos en su trato con mujeres? Es como si le dijéramos a la otra mitad de la población que tienen un defecto congénito por el hecho de tener un pene y testículos y que no se pueden contener al ver a una mujer vestida de una forma que les atraiga. Pobres. Mejor no los dejemos salir porque no pueden controlarse. Se convierten en animalitos sin inteligencia, a los que es preferible retirar de la sociedad porque son naturalmente agresivos y no van a poder parar sus impulsos. El argumento es denigrante. Tengo un hijo a quien estoy haciendo dueño de sus actos, regalándole dignidad y educando para que contenga sus impulsos y se respete a sí mismo.
Tengo muchos amigos hombres a quienes quiero entrañablemente y quienes están sinceramente confundidos acerca de cómo comportarse para buscar pareja. Cambiar las reglas del juego de forma aparentemente abrupta y decirle a la contraparte que ha estado haciendo trampa cuando esa era la manera en que siempre lo había hecho debe de ser frustrante. Y siempre habrá algunos que se queden deseando los buenos viejos tiempos en los que nadie cuestionaba sus conductas. Siempre hay alguien que se resiste al cambio.
Para mí se trata de un tema de dignidad, de ambos lados del juego, y de cómo recuperarla. En mi casa, con un papá casi 50 años mayor que yo, había una brecha enorme de percepción de la realidad que, sin embargo, no le impidió a él empujarme a salirme del cuadro en el que le habían enseñado que debía estar una mujer. Si mi papá pudo darme la libertad de sentirme capaz de hacer lo que quisiera con mi vida profesional, sin jamás cuestionar mi valía como persona por mi género, estoy segura de que cualquiera puede.
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