Predomina el color negro. La dependiente, con un piercing enorme en su nariz, me muestra lo que vengo a buscar: la camiseta conmemorativa del aniversario de The Trooper. La etiqueta que detalla los materiales de que está hecha advierte en letras suficientemente grandes su lugar de elaboración: «Made in hell». Estoy de vuelta en los dominios del grunge de los Miles de días en el vértice suicida (1999), de los Sal y Mileto, que me recuerdan que existe un riesgo cuando la soledad te deja en manos del exceso.
Sin embargo, a los Doors los sucede After the Burial con Behold the Crown (2019). Porque entre estas paredes, al menos en cuanto a música, el tiempo no se detuvo en los noventa o los ochenta.
Salgo a la calle, tomo una fotografía de un conjunto de casas coloniales y la envío con un texto que busca describir cómo veo la ciudad, «gris, lluviosa y buscapleitos», y obtengo como respuesta desde Guatemala: «With the unmistakable light and crisp air». El centro histórico de Quito fluye lentamente, caótico y en histeria ante la proximidad de la lluvia.
Se cruzan en la Plaza Grande los pasos de funcionarios públicos en sus trajes y corbatas (que regresan de la hora del almuerzo), con los de los agentes antimotines (que habitan la plaza desde hace un par de semanas) arrastrando sus escudos y bastones. Los migrantes venezolanos que se buscan la vida como vendedores ambulantes recogen sus mercancías y un músico ciego que toca el acordeón es ayudado, seguramente por algún pariente, a refugiarse en un portal.
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Hace un par de días, al aterrizar, disfrutaba de la lectura de Martín Caparrós sobre la transformación de Bogotá, que empieza con su diálogo con un vendedor de ataúdes que no sabe si la gente se mata más ahora que antes. Menciono la lectura a un amigo mientras los dos miramos la placa de mármol que anuncia el despacho de su abuelo, la cual fue rescatada de un edificio en la carrera séptima y quemado en el Bogotazo (1948), suceso que empujó a su familia de vuelta al Ecuador.
Mientras la radio de un taxi reproduce a Jack White repitiendo «I just don’t know what to do with myself», me pregunto a mí mismo cómo podría construirse una crónica sobre Quito en un país que abandona la pesadilla del socialismo del siglo XXI sin desprenderse de las estructuras mafiosas que capturaron el Estado para favorecer la corrupción y garantizarse impunidad y que ahora tienen la posición de privilegio de venderse al mejor postor.
El final de la tarde me deja mirando con nostalgia el lugar donde debería estar el Cotopaxi, desaparecido detrás de las nubes, en compañía de This Land (2019), un disco lleno de altas y bajas de Gary Clark Jr., y de Black and Red, de Reignwolf (2019). Celebro mi descubrimiento del día —un lugar con buen expreso en el reino del café instantáneo, ojalá la semilla de un cambio cultural— con una copa de vino y me preparo para enfrentar al Servicio de Rentas Internas al día siguiente, en otra escena de mi relación amor-odio con esta ciudad.
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