Menos aún si no se ha entrado en intelección de grandes figuras como los caciques Adiact y Diriangén, que marcaron una profunda diferencia en cuanto a la manera de defender la tierra ante la invasión española. Me refiero a los señores de Sutiaba y de Diriamba que signaron sus vidas al estilo de los mejores mártires de América.
Ni qué decir de su guerra civil en 1824, de la invasión de Gran Bretaña a San Juan del Norte, del incidente diplomático de Squier y el Tratado Clayton-Bulwer (para neutralizar los intentos colonizadores de Estados Unidos y Gran Bretaña) y, por supuesto, del ingreso de los filibusteros y las agresiones de William Walker. Es decir, una historia completamente diferente a la del resto de las provincias centroamericanas.
Se puede decir que es un pueblo que ha resistido embates desde 1502 hasta el día de hoy. Como bien dice un fragmento de la canción Somos hijos del maíz, de Carlos Mejía Godoy: «Ya contamos con más de mil inviernos […] un millón de manos floreciendo […] en la tarea interminable de sembrar […] tapiscando, desgranando, almacenando para la guerra y la paz».
En marzo de 2015 comencé un periplo por Nicaragua para investigar (con fines literarios) acerca de Antonio de Valdivieso, tercer obispo de Nicaragua, asesinado a mediados del siglo XVI por los hijos del gobernador Rodrigo de Contreras. Volví en los años 2016 y 2017. El enorme Valdivieso, ante la coyuntura que se vivía, se alió a los líderes de los pueblos originarios para hacerles frente a las crueldades de sus coterráneos españoles. Tanto así que se atrevió a escribirle al rey: «No habría ningún inconveniente en que [vuestra alteza] se sirviese mandar que [los indígenas] fueran relevados de todo tributo, hasta ver si se rehacen aquellos pueblos que han venido en tanta disminución que ya no hay en ellos sino solamente doce o quince. El provecho que pueden dar es poco, y el daño que reciben es mucho. Y harto han tributado, pues han tributado las vidas de todos».
Esa primera visita y esos retornos me permitieron conocer muy de cerca a un pueblo que lleva más de mil inviernos defendiéndose de todo y de todos. Por eso no es de extrañar que el pueblo pueblo, sin influencia ideológica alguna, haya salido explosivamente a la defensa de su seguridad social. El origen del conflicto, según La Prensa, fue: «El lunes 16 de abril, el presidente ejecutivo del Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS), Roberto López, anunció un paquete de reformas al reglamento de seguridad social que aumenta el aporte de trabajadores y empleadores al INSS, achica las futuras pensiones y crea un tributo ilegal a las pensiones del 5 %, entre otras medidas, para salvar de la quiebra dicha entidad».
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Indudablemente, el gobierno de Daniel Ortega olvidó que los nicaragüenses, al margen de ideologías políticas, han tapiscado, desgranado y almacenado para la guerra y la paz.
Con relación al ayer y el ahora de Nicaragua, don Pedro Casaldáliga escribió un soneto dedicado a don Antonio de Valdivieso cuya primera estrofa reza: «Llenos de unción y libertad tus labios, / repletas de oro y de terror sus arcas, / Pedrarias o Somoza los tetrarcas, / y tú y tu pueblo frente a sus agravios».
Hoy, después de más de dos decenas de muertos, cientos de heridos y otros muchos capturados por defender su seguridad social, ese soneto puede modificarse con una adición: «Llenos de unción y libertad tus labios, / repletas de oro y de terror sus arcas, / Pedrarias, Somoza [y Ortega] los tetrarcas, / y tú y tu pueblo frente a sus agravios».
Bien indicó el papa Francisco en Paraguay, refiriéndose a las ideologías que instrumentalizan a los pueblos: «Terminan mal. No sirven. Las ideologías tienen una relación incompleta o enferma o mala con el pueblo. Las ideologías no asumen al pueblo».
Y el pueblo nicaragüense ha comenzado a asumir su propio destino.
Vale decir que Lesther Alemán, el estudiante que se enfrentó directamente a Daniel Ortega, es de la casa. Me refiero a la Universidad Centroamericana de Nicaragua, confiada a la Compañía de Jesús.
Por todas las razones referidas titulé este artículo con el nombre de otra canción de Carlos Mejía Godoy: Nicaragua, Nicaragüita. Porque es un canto de esperanza.
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