Se percibe una especie de fatiga mundial cuya irritación —como síntoma y signo— ha obnubilado la capacidad de discernimiento no solo de los Gobiernos, sino también de las masas poblacionales, cuya irascibilidad está llegando a extremos. Aquí mismo, en Guatemala, ya no hay tiempo para meditar y reflexionar, pero sí para responder agresivamente a cualquier propuesta y, más aún, a una provocación.
Empero, junto a ciertas opiniones que se escuchan a guisa de coloquio o de versados sentires, encontramos también una supina ignorancia de la historia contemporánea. Bien decía don Mariano Picón Salas, el padre del ensayo latinoamericano: «La historia de la cultura hispanoamericana en su integridad y complejidad, en aquella como alta intuición poética que reclama toda historia para que sea algo más que un amasijo de datos ordenados cronológicamente, aún está por escribirse, y no es mucha vanidad reclamar en este campo de estudios un modesto sitio de rastreador».
Y por esa modesta condición de rastreador me decidí hace tres décadas. Para salir de la inopia cultural. Comencé a investigar acerca de mis raíces y de nuestras raíces. Las propias y las de mi territorio. De esa cuenta encontré personajes monumentales pero desconocidos. O, peor aún, adulterados en su historia. Tal es el caso de Bartolomé de las Casas, cuyas biografías se han decantado entre ciertas leyendas negras y otras angelicales, no obstante una realidad totalmente ignota. También hallé a don Aj Pop O’ Batz, a quien hasta el nombre le cambiaron para difuminarlo en el tiempo. Y se desconoció que, según fray Hierónimo Román, en su libro Repúblicas del mundo (Salamanca, 1555), dijo: «… el primer día del calendario agrícola q’eqchi’ de 1529, el Gran Consejo eligió por unanimidad a Aj Pop Batz como el Aj Jolomná [cabeza] de toda la Tierra de Guerra [Tezulutlán]». El objetivo: hacer frente a la invasión española. De no haber sido por don Agustín Estrada Monroy, quien estudió acuciosamente a don Aj Pop O’ Batz y al agustino Hierónimo Román, nada se habría sabido.
Entre unas y otras abstracciones me vino como anillo al dedo escuchar a don Salomón Lerner Febres, rector emérito de la Pontificia Universidad Católica de Perú, quien, en la lección inaugural de la Universidad Rafael Landívar del año 2011, dijo: «Hoy sabemos que el gran enemigo de la democracia y de la salud de la cosa pública no es en primer lugar la corrupción ni la inacción, sino la degradación del lenguaje. Por ello, si hay un cometido inexcusable para la universidad actual, como aporte a la construcción de la ciudadanía, es el de preservar el poder comunicante y vinculante de la palabra».
Me vino como anillo al dedo porque ya no tuve dudas de que el desconocimiento de nuestro pasado (convertido en un amasijo de datos ordenados cronológicamente), la degradación de nuestro lenguaje (con los emoticones estamos volviendo a una especie de escritura cuneiforme) y la falta de conocimiento y de liderazgo en la construcción de ciudadanía (cualquier persona que tenga una buena cantidad de dinero puede lanzarse como candidato a un puesto de elección popular) son en buena parte la causa de tanto desgobierno. Aquí y en todo el mundo.
Y en el intento de ayudar a preservar el poder comunicante de la palabra publiqué dos novelas: La noche del escarabajo y Bartolomé de las Casas: la novela del Protector de los Indios. En la primera doy a conocer mucho de la esencia de la cosmovisión maya-q’eqchi’. También es una denuncia contra el mal uso de sustancias organocloradas y organofosforadas en nuestra agricultura. En la segunda proveo un enfoque diferente del ser y quehacer del fraile De las Casas en orden a la construcción de un país autónomo en el Nuevo Mundo del siglo XVI (Tezulutlán-Verapaz). Por supuesto doy al gran cacique Aj Pop O’ Batz el lugar que los historiadores le han negado.
Ahora voy a la búsqueda de Antonio de Valdivieso, un obispo dominico de Nicaragua asesinado en León el Miércoles de Ceniza de 1549. Sus ejecutores: los hijos del gobernador Rodrigo de Contreras, nietos de Pedrarias Dávila.
Antonio de Valdivieso era muy dado al género epistolar. Se conservan de él muchas cartas. En referencia a esos despachos, monseñor Pedro Casaldáliga escribió en el prólogo de una obra dedicada a Valdivieso: «… en mis viajes a Centroamérica me he encontrado con hechos y dichos, situaciones y personales de esos que pululan en las cartas de Valdivieso. Nombres nuevos, pero viejas historias. Muy semejante la esclavitud. Muy semejante, a veces, la omisión». Y le dedicó un soneto cuya primera estrofa dice: «Llenos de unción y libertad tus labios, repletas de oro y de terror sus arcas, Pedrarias o Somoza los tetrarcas, y tú y tu pueblo frente a sus agravios».
Y a León y Granada voy. También al abandonado puerto El Realejo de la Posesión. Pretendo escribir una novela histórica sobre Antonio de Valdivieso, ese obispo que se atrevió a escribirle al rey: «No habría ningún inconveniente en que V. A. se sirviese mandar que [los indígenas] fueran relevados de todo tributo, hasta ver si se rehacen aquellos pueblos que han venido en tanta disminución que ya no hay en ellos sino solamente doce o quince. El provecho que pueden dar es poco, y el daño que reciben es mucho. Y harto han tributado, pues han tributado las vidas de todos».
Voy para ver, palpar, oír, oler, gustar y sentir. No quiero escribir basado en información de Internet.
¿Quijotada? Quizá. Intento hacerle frente al mutismo histórico. De lo que está sucediendo en Europa solo sabemos lo que nos dicen las redes informáticas.
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