Destapando la valija que uno trae desde pequeño y que cómo pesa en la vida adulta (obviamente hablamos de mi infancia y de la relación de mis padres), mi papá le era constante, continua e irremediablemente infiel a mi mamá. Tema recurrente de peleas, el matrimonio igualmente les duró más de 30 años. Puedo dar muchos ejemplos más de este tipo de relaciones, pero creo que todos las conocemos y es innecesario. Lo que me sorprende es que exista una regla de mantener fidelidad cuando uno se casa. Toda la sociedad la entiende y tiene por costumbre hacerse la bestia cuando se rompe. Pero ¡Zeus ampare a la pareja que decida tener una apertura en sus relaciones manteniéndose leal, con un proyecto de vida juntos, y que lo haga público! Seguro dejan de invitar a los hijos a piñatas, a la esposa a desayunos y al esposo a formar parte de clubes sociales.
Pareciera que nuestra sociedad está feliz poniendo reglas de apariencia que conoce y rompe. Todos lo saben, pero nadie habla de ello. Consumimos marihuana y ponemos el grito en el cielo si se propone legalizarla. Aplaudimos el empoderamiento de las mujeres y seguimos usando epítetos para describir a la que lleva su sexualidad de forma abierta. Que no quiere decir que las demás no hagan cosas similares. Es solo que no lo dicen.
Desde que vivimos en sociedad aceptamos movernos dentro de un cuadro de reglas no escritas. Queremos pertenecer a una tribu y que no nos dejen atrás para que nos coma el tigre en la selva. Nos ponemos ropas similares para que no nos confundan con el ejército enemigo en una batalla. Acreditamos nuestro derecho a pertenecer con ciertos manierismos, conductas y apariencias externas. Estar dentro de un grupo de personas implica nadar entre un cardumen más o menos cohesivo. A veces eso es aburrido. Pero salirse de la manada de forma desafiante es peligroso.
En Guatemala nos gustan las cosas ocultas, esas que alimentan los chismes en los chats y que nos hacen sentirnos superiores moralmente, aunque sea porque no se nos conocen los lugares donde enterramos los vicios. Nos metemos en las vidas de los demás para juzgar conductas que tienen cero incidencia en nuestras vidas, desde cómo se viste alguien hasta qué come. Sobre todo en estos tiempos de polarización de posiciones: si no estás conmigo, estás en mi contra y estás mal mal, pésimo.
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El problema es que nos da miedo la claridad. Porque la primera persona a la que tenemos que aprender a ver como es es a la del espejo, y pocos nos podemos ver a los ojos. Es más fácil vivir con la luz medio apagada, hacer como que somos buenos para afuera y sentirnos mal por dentro.
Todo tiene un costo. Quedarse dentro de la manada es sentirse aprisionado. Salirse es exponerse al ridículo y hasta al rechazo. Me ha pasado.
Comenzar por dejar ir la noción de que lo que hacen los demás nos debe importar nos daría una libertad como sociedad en general y como personas en lo individual, que quitaría mucho del resquemor y del odio que se respiran en las redes sociales como vaho de pantano. Sacar las cosas a la luz le quita poder al sentimiento de culpa.
Porque en la oscuridad esa se engendran muchas otras cosas que sí nos tienen atrapados en la corrupción y en la violencia. Allí todo tiene el mismo rango de maldad: mentir, robar, tener sexo, comprar voluntades, pegarle a la mujer, difamar, no pensar de la misma forma.
Nunca es sencillo ser el primero. Siempre es más rico ponerse la colcha encima de la cabeza y no ver lo que ya sabemos. Estoy segura de que mi mamá se hacía la momia porque tenía miedo de dejar la seguridad de un hogar en el que no estaba contenta. Y tampoco creo que mi padre haya sentido que era feliz. No tengo ni idea de cómo funciona una relación abierta, pero sí sé que lo que ellos tenían estaba lejos de servir. Así como no sirve nuestra costumbre de actuar solapadamente. Por algo siempre hemos sabido que hay corrupción, pero es hasta ahora que la destapan cuando nos hacemos los indignados. Aprendamos a vernos a nosotros mismos y a medir nuestra conducta antes de meternos con la de los demás. Así será más fácil ponerle un alto a todo eso que sí está mal a nuestro alrededor y que cubrimos con la misma manta de escándalo moral con que hemos cubierto tantas cosas que son de incumbencia de nadie.
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