La visita de un jefe de Estado no es cosa fácil de conseguir. Por lo general involucra un larguísimo proceso de comunicaciones a nivel de Cancillerías y, en algunos casos, de lobby político. Aunque lo ideal es que la visita del jefe de Estado responda a la importancia de las relaciones bilaterales, esto no implica una brutal cantidad de reuniones y de coordinaciones previas que homologuen las agendas presidenciales, los tiempos, los ejes y, por qué no decirlo, hasta el color de las corbatas.
Vamos a poner un ejemplo para mostrar el antes y el después en unas relaciones bilaterales.
Mucho tiempo ha transcurrido ya desde que Felipe Calderón hiciera público que durante una visita de altísimo nivel a Estados Unidos dijera: «I want all the toys» (en referencia a adquirir mejor tecnología para el combate del narcotráfico). Si no lo cree, aquí está el testimonio. Durante la administración de Calderón y la de George Walker Bush, la relación entre ambos países experimentó un clímax nunca antes visto, al punto de que, en visitas recíprocas, y también en contactos durante foros regionales, ambos presidentes no dejaron de estrecharse las manos. Por su parte, el expresidente Barack Obama visitó México cinco veces, pero solo dos de esos viajes respondían estrictamente a la relación bilateral. Dicho sea de paso, Obama no visitó Guatemala durante sus ocho años de gestión, aunque sí visitó El Salvador y Costa Rica.
Mucho dista de esto la situación que hoy vive la relación bilateral México-Estados Unidos. La cumbre de jefes de Estado México-Estados Unidos, que iba a realizarse durante el primer mes de la gestión Trump, tuvo que cancelarse a tan pocos días de la fecha asignada. De hecho, Enrique Peña iba a ser el primer jefe de Estado en visitar la Casa Blanca en la era Trump. La cancelación de la visita fue el síntoma inicial de una degradación de la calidad de la relación bilateral. Eso no quita que Trump y Peña se hayan reunido en otras cumbres en las cuales los presidentes se ven las caras y aprovechan a charlar entre pasillos. De hecho, Trump, Peña y Trudeau han coincidido, por ejemplo, en la Cumbre del G20. A raíz de que el final del Nafta muy probablemente está por suceder y de que no habrá una cumbre CLAN 2018, los corredores y los pasillos sustituyen la formalidad de las recepciones en Casa Presidencial.
Otra historia de pasillos, por cierto, sería la que vivió Peña Nieto cuando asistió al funeral del expresidente israelí Szymon Perski (más conocido por su nombre hebraizado Shimon Peres). Luego de las honras fúnebres, el presidente Peña tuvo una breve reunión con el primer ministro Nentanyahu (cuyo apellido original, por cierto, era Mileikowsky), la cual no tuvo lugar en la residencia oficial del primer ministro. Eso sí, en su reciente viaje a América Latina, en septiembre de 2017, durante la primera gira de un primer ministro israelí al continente, Mileik…, digo, Netanyahu visitó Argentina, Colombia y México. Allí, en la residencia oficial de Los Pinos, haciendo las cosas bien y como Yahvé manda, tomó lugar la visita oficial. Sorprende, eso sí, que el primer ministro israelí no haya pasado a Guatemala. Digo, estando a menos de dos horas de distancia y con eso de que la relación Guatemala-Israel es tan única.
Pero volvamos a la cuestión de los pasillos. Trump y Putin se reunieron por espacio de dos horas al margen de la pasada Cumbre del G20. Buscaron un salón aparte en la sede del evento y se vieron las caras. Y es que, cuando no se puede, cuando no es el momento o cuando hay que salir del paso con una reunión entre jefes de Estado, los pasillos y los salones de hotel molan muy bien. Forma y fondo son siempre importantes.
Con esto hay de sobra para interpretar las tres horas de la reunión Morales-Trump. Tres horas son tres horas (eso hasta los moteles lo entienden), pero tres horas para volver a confirmar que la política exterior estadounidense tiene agendas regionales que no van a cambiar ni porque el Mesías venga, la verdad, se podrían haber ahorrado con un librito sobre gobierno y política estadounidense.
Buena lectura para esperar en el pasillo.
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