El primero, a partir de 1918, con la mal llamada gripe española (que de española no tenía nada). El segundo, la inmigración del exilio republicano (1936-1942). Y el tercero, la actual a raíz de la reciente crisis económica española. De la primera inmigración no hay datos muy claros, excepto, eso sí, que esta pandemia mató un promedio de 100 millones de personas a nivel mundial. En cuanto al exilio republicano en México, se estima que entre 20 000 y 25 000 españoles encontraron en México la posibilidad de salvar la vida huyendo del fascismo. De la tercera ola gachupina, según datos oficiales de la Secretaría de Relaciones Exteriores mexicana, entre 2009 y 2017 han adquirido residencia en México un aproximado de 2 400 000 españoles. Un buen porcentaje de estos son jóvenes profesionales (universitarios) que la rifan en México de lo que literalmente se pueda.
Los que crecimos en el entorno del exilio republicano fuimos testigos de cómo el rancio sentimiento antigachupín (tan característico de México) empezó a bajar de tono. En buena medida, porque el estereotipo tradicional del típico baturro (es decir, negrero, explotador y racista —como algunos empresarios locales de ascendencia española—) se rompe gracias a la inmigración republicana. Al menos el 25 % del exilio republicano estuvo compuesto por hombres de letras que tuvieron un profundo impacto en México. Cito a continuación algunos de ellos. Entre los primeros esfuerzos sistemáticos para traducir las obras de Marx al castellano destaca el trabajo de Adolfo Sánchez Vásquez. En materia de la arquitectura que hoy es ícono de la ciudad de México, se tiene que mencionar a Óscar de Buen. De Buen colaboró directamente en la construcción del Auditorio Nacional, de la Basílica de Guadalupe, del Estadio Azteca y de la Torre de Petróleos Mexicanos. No puedo terminar este párrafo sin mencionar la mayor contribución académica del exilio español en México: la creación de la Casa de España en México (hoy conocida como el Colmex) y del FCE (Fondo de Cultura Económica). Y no digamos el impacto en el profesorado de la Universidad Autónoma de México (UNAM).
En términos de las dinámicas sociopolíticas de carácter micro, el exilio republicano en México fue muy particular. Cientos de exilados tomaron la nacionalidad mexicana en cuanto les fue posible. La apuesta era jamás regresar a España. A diferencia de los viejos gallegos (es decir, las inmigraciones españolas del siglo XIX en América Latina), no tuvieron reparo alguno en casarse con mexicanos o mexicanas de estratos medios. Nos enseñaron, además, a darle primacía por sobre todo a México (España no era para nada una posibilidad). Por último, motivaron el aprecio de la democracia en México [1]. A los republicanos se los veía con sus familias, lo mismo que en la lucha libre, en los partidos del América, en los toros o echando los tacos en la calle. Dejaron expresiones como coño y joder para decir con total naturalidad te chingaste, cabrón, o pinche güey. Quizá esto no tenga mayor importancia, pero el punto es que, a diferencia de otros grupos de inmigrantes, estos desterrados no querían marcar diferencia alguna. En esencia, pocos grupos migratorios europeos llegados a México se asimilaron tan fácilmente —y tan a gusto— como los republicanos.
A más de 75 años del exilio republicano, sin duda hay que reconocer que la apuesta política del gobierno del expresidente Cárdenas al recibir con brazos abiertos a los desterrados resultó genial. Fue una decisión muy bien diseñada, pues colocó a México, por mucho, a la cabeza de la producción académica en América Latina. De hecho, en el documento Cincuenta años del exilio español en la UNAM (publicado por la misma casa de estudios) se leen, en el discurso de bienvenida a los exiliados, las siguientes palabras: «Los altos valores que representáis en las ciencias y en las letras contribuirán al brillo de la cultura nacional, y recogeremos, a la vez, el ejemplo de superación de la intelectualidad española, que puso su patrimonio espiritual al servicio de la república».
La experiencia de la guerra civil española (y la herencia republicana) se puede resumir a una dualidad que nos remite a la bien conocida historia entre Unamuno y Millán-Astray. Por un lado, Miguel de Unamuno (sesudo intelectual), y por el otro, José Millán-Astray, militar africanista y fundador de la Legión Española (militar de derecha extrema y poco tolerante). Un 12 de octubre de 1936 (año en que comenzaba la guerra civil), en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, estos dos personajes discutieron en público sobre el futuro de España. El célebre rector de la Universidad de Salamanca ridiculizó la necesidad de la guerra, mientras que Millán-Astray contestó con un eufórico grito de: «¡Viva la muerte! ¡Muera la inteligencia!» (o algo parecido, según otros historiadores). El punto es que Unamuno contestó con el famoso: «Venceréis, pero no convenceréis». No se libró de una linda amenaza de muerte, dicho sea de paso [2].
El legado de la república española (quizá más o menos preservado en partidos políticos españoles como Izquierda Republicana, Podemos y algunas facciones del PSOE) sigue vigente. Necesita construirse tanto en Europa cómo en América. Un proyecto político donde todos cabemos, donde las bestias no toman el poder por la fuerza y a nadie lo matan por pensar o criticar a los regímenes de turno.
Viva la república.
[1] Cierto que con matices autoritarios en razón del poco peso que tenía la oposición política, pero, frente a las brutalidades que los gorilas llevaban a cabo en Centroamérica o en Sudamérica, el México de ese entonces estaba mucho mejor.
[2] Sobre la relación de Unamuno con la república hay toda una discusión abierta. Francisco Blanco Prieto, especialista en el autor vasco, afirma que la razón por la cual Unamuno apoyó inicialmente el golpe del 36 es que él suponía que dicho golpe beneficiaría a la república y la alejaría de su propia radicalidad. En el documento Unamuno: diario final, Blanco explica que el escritor tenía miedo de algunas medidas de la república española (que no es lo mismo que una España republicana). Entre estas destacaban la obligatoriedad de la lengua catalana, establecida por el Estatuto Catalán, y el ataque a la religión, tan propio de la república. Posiblemente había en Unamuno una vena liberal. Lo que sí es cierto es que, además de la famosa frase «venceréis, pero no convenceréis» (que pudo haberle costado la vida), hay que recordar la célebre expresión: «Vosotros tendréis la razón de la fuerza, pero nosotros la fuerza de la razón». Igual lo sacaron de la universidad.
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