La camioneta negra blindada avanzaba semáforo tras semáforo por el centro de la ciudad de Guatemala, una urbe metropolitana poblada por casi cuatro millones de habitantes. Otros dos vehículos idénticos protegían su paso. En el interior del automóvil principal, el abogado colombiano Iván Velásquez y su colega guatemalteca Thelma Aldana aguardaban en silencio sin cruzar mayor palabra, conducidos por un piloto entrenado y un guardaespaldas.
Velásquez, jefe de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), mantenía el gesto serio que le era habitual. Rara vez se le escapaba una sonrisa al jurista sudamericano de cincuenta y nueve años. Su semblante en la mañana de aquel viernes 8 de mayo de 2015 congelaba y ponía distancia. No era precisamente un día habitual en la oficina, pero tampoco sería la primera vez que se enfrentaba a un desafío de tal magnitud. Ya le había tocado, por ejemplo, rechazar un soborno de su compatriota Pablo Escobar, un pecado castigado por el narcotraficante como sentencia de muerte.
Los gestos nerviosos eran ligeramente evidentes en Aldana. La exmagistrada de la Corte Suprema de Justicia del país centroamericano llevaba menos de un año en el cargo de fiscal general y jefa del Ministerio Público guatemalteco. El destino la conducía aquel día en la camioneta negra blindada. Cuánta sabiduría esconde aquella frase que dice “nadie sabe para quién trabaja”.
La caravana llegó a la cita a las once de la mañana, tal y como estaba previsto. Los tres automóviles ingresaron a la Casa Presidencial de Guatemala. Adentro, Otto Fernando Pérez Molina los esperaba con impaciencia.
El comisionado y la fiscal caminaron hasta una pequeña sala de reuniones. La charla fue breve, pero directa. Las investigaciones posiblemente llegarán hasta su vicepresidenta, disparó Velásquez sin inmutarse. El rostro de Pérez Molina, un militar con treinta años de carrera acostumbrado a lo peor, cambió súbitamente. Aunque esperaba un mensaje similar, el golpe fue devastador. El hombre graduado de la Escuela de Las Américas –institución militar del Ejército de Estados Unidos– intentó recobrar la compostura y se tragó el orgullo. Comprendió, sin embargo, que de nada habían servido sus súplicas para dejar fuera de las pesquisas a su acompañante en el poder.
Entre líneas, el comisionado y la fiscal dictaron al mandatario las instrucciones para evitar un papelón. Debía privar el sentido común. Nadie habló directamente de la renuncia de su vicepresidenta, Ingrid Roxana Baldetti Elías, pero la visita era, en todo caso, un acto de cortesía. O un gesto diplomático para que la funcionaria diera un paso al costado con cierta dignidad.