En términos generales, la ciencia política, cuando se ha interesado en la llegada de presidentes sui generis al poder, lo ha hecho generalmente bajo el ángulo del populismo o el neopopulismo. En otra vertiente de la disciplina, con la posición de Kenney se ha categorizado a los outsiders en una posición antipolítica, pues el acceso a las estructuras de poder se obtiene mediante un discurso cuya retórica es, en esencia, agresiva contra la clase política tradicional.
Ahora bien, ¿hay alguna caracterización del término outsider que pueda explicar un poco mejor lo que está sucediendo en el caso de Guatemala?
Me parece que la definición provista por Barr es más atingente. Barr define outsider en términos de la estructura de partido que lo postula. Según él, «el outsider es alguien que gana relevancia política no a través de un partido establecido, sino como independiente o en asociación con un nuevo partido» (Barr, 2009, pág. 33). En este sentido, el fenómeno de Jimmy Morales sería menos cercano a la caracterización típica de Kenney que apuntábamos en el artículo anterior, es decir, «los outsiders como políticos que se convierten en figuras políticas importantes fuera del sistema de partidos nacional». Habría aquí otras dos categorías interesantes para integrar, aunque con bastante dificultad, a la categorización de outsider que estamos analizando: a) no pertenece a los partidos políticos tradicionales y b) mantiene una distancia con los partidos más establecidos. En razón de la poca consolidación del sistema de partidos guatemalteco, las dos variables anteriores no son tan atingentes.
Cuando los outsiders en el contexto de sistemas presidenciales llegan al poder, lo hacen en razón de un sistema de partidos muy débil. Y, hasta cierto punto, también en razón del fenómeno de Ejecutivos debilitados. Esto es una condición muy importante que se debe tener en cuenta. Por ende, en lugar de seguir sosteniendo la existencia de una supuesta primavera guatemalteca, lo que se debe atender es que, a 30 años del regreso a la democracia, la democracia muestra síntomas muy graves de debilidad: el Ejecutivo fue maniatado por la oposición, la agenda terminó siendo tutelada por la vía de la cooperación, y la demanda ciudadana desde la plaza solo reaccionó frente al tema fiscal y de la corrupción.
Ahora, la pregunta de fondo en este artículo: ¿cuál es el riesgo que los outsiders le ocasionan al sistema presidencial?
La vasta y extensa literatura de la ciencia política comparada apunta a dos condiciones interesantes.
Primero, los presidentes outsiders llegan al poder con escasísimos vínculos con la clase política y los partidos establecidos. Lo anterior se hace todavía más grave cuando el outsider en cuestión no tiene un respaldo legislativo considerable, pues entonces la gobernabilidad no está garantizada. Debe entenderse que, aunque hay un límite establecido entre los poderes, la magia del sistema presidencial radica en personalizar las atribuciones del sistema en la magistratura presidencial. Por lo tanto, las capacidades personales del presidente para articular líneas de negociación, convencimiento y movimiento de la fuerza legislativa radican en el presidente. Si el Ejecutivo es débil, desde allí es casi imposible pensar que el Ejecutivo haga lo que debe hacer: ejecutar. Si además de todo lo anterior apuntamos a experiencias previas de deadlock, el escenario para la gobernabilidad es mínimo. Y si además hablamos de un outsider con nula experiencia, comandar el Ejecutivo puede ser algo fatal.
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Incluso en contextos en los que el presidente no es un outsider, en los que posee una fuerza legislativa respetable, en los que además el sistema de partidos está muy bien consolidado y el entrampamiento legislativo es casi imposible… incluso en contextos así, el liderazgo presidencial puede verse afectado. Es el caso reciente de Enrique Peña Nieto, quien para logar la aprobación del paquete de reformas debió recurrir a un insider, Aurelio Nuño Mayer (graduado de la Universidad de Oxford), y nombrarlo jefe de la Oficina de la Presidencia de la República. Este priista de ascendencia fuertemente tecnócrata (casi haciendo reminiscencia del salinato) fue la pieza que logró articular las bancadas. No se trata aquí de discutir el contenido de la reforma, sino de cómo los engranajes del sistema se movieron para empoderar la agenda del Ejecutivo.
Habrá quien diga entonces que un outsider puede perfectamente apoyarse en perfiles tecnócratas. Incluso el mismo Jimmy Morales se ha referido a esto como «contratar la experiencia». Pero resulta que la segunda condición de riesgo que los outsiders históricamente ocasionan a los sistemas presidenciales es la conformación de gabinetes neófitos: quizá cuentan con perfiles muy técnicos, pero están conformados por ministros con menos experiencia política. Lo anterior se debe, en esencia, a que por lo general el outsider presidencial carece de un equipo de gobierno listo. De ahí la negativa a dar nombres (aunque también, dicho sea de paso, esta es una condición para no outsiders en el contexto guatemalteco). La cuestión de fondo es que el outsider que gana por medio de un partido que funciona estrictamente como vehículo electoral tiene siempre un resultado legislativo muy pobre, que le otorga poca fuerza, poco peso, y por lo tanto que le impide reclutar miembros de su propio partido para conformar el gabinete.
Entonces, el outsider presidencial, además de no serle fiel a ningún esquema ideológico o eje de principios, tiene otra tentación para disfrazar su debilidad: la de ofrecer supergabinetes. Otra vez las experiencias comparadas ofrecen lecciones interesantes.
Un presidente no outsider pero que siempre actuó como outsider, Vicente Fox, intentó legitimar su falta de madurez política ofreciendo el mejor gabinete de la historia mexicana. No era un consejo de notables, sino uno de expertos técnicos en cada materia reclutados, según la publicidad oficial, vía headhunters. Sin embargo, ante el político de colmillo, el experto técnico siempre resulta perdiendo, con lo cual el gobierno de Fox se vio en la necesidad de construir dos gabinetes: el gabinete real y, detrás, el de los supersabios. Al final del día, ninguna de las reformas pudo ser aprobada durante su gestión porque —y he aquí el talón de Aquiles del outsider— el mismo partido y el mismo gabinete intuyeron la falta de experiencia de un actor que, aunque no outsider, jamás pudo siquiera fingir la investidura presidencial.
Lo importante en el caso de Guatemala es simplemente reflexionar acerca de cuál de las dos propuestas presidenciales tiene más capacidad para hacer dos cosas: 1) presionar al sistema para producir la reforma a la Ley Electoral y de Partidos Políticos (con énfasis en modificar las fuentes de financiamiento) y 2) acuerpar el mandato de la Cicig más allá de los dos años extendidos (y que, por cierto, aún no ha sido ratificado). Una agenda tan compleja puede ser mucho trabajo para un outsider. También debe anotarse que el juego político se hace más complejo, ya que la relación Ejecutivo-ciudadanía (como el carril auxiliar tan típico de las semidemocracias) parece apuntar a que cualquier descontento ciudadano será razón suficiente para descontarse al gobierno de turno, con lo cual el sistema presidencial guatemalteco, además de ser débil y tutelado, se hace inestable. Quizá debamos suponer que, para la mayoría de las clases medias urbanas que estuvieron en la plaza, mientras no se hable de nuevas reformitas fiscales, no habrá ninguna preocupación.
Quizá por ahora la única esperanza es que, independientemente del ganador, la tutela generada por la Cicig, en cuanto agente de accountability horizontal, será siempre un fuerte incentivo a considerar. Al menos hasta 2017.
La supervivencia política a cambio de las reformas.
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