En esa postal no caben, digamos, la gente que vive alrededor del lago, quienes descienden de los constructores de las ruinas, o los primeros que vieron el mar tocar nuestras orillas. Más de cuatro millones de personas. No sabemos mucho de ellos, es como si en la ciudad se perdieran los ecos de su existencia.
Existimos nosotros, existen nuestras ideas sólidas, firmes como hechas con granito, mármol y oro. Existe el progreso, creemos en el progreso, lo necesitamos porque nos hará grandes y hermosos y la capital brillará como cualquier capital del mundo, ya no sabremos si estamos en París o en Guatemala.
Mientras la gente que no sea como nosotros, tiene la obligación de ser como nosotros, porque nosotros tenemos las ideas escritas en granito, mármol y oro y levantamos monumentos y edificios, donde dejamos que vengan a lustrar nuestras botas los hijos de los de afuera.
Somos magníficos. Tenemos nuestra ley escrita en piedra. No dejaremos que nadie la toque. Tenemos nuestros nombres escritos en piedra, en nuestro idioma. Y si alguien la toca, si alguien osa escribir su nombre, lo reduciremos a la nada. Porque tenemos las máquinas para pulverizar la piedra.
Aquí tenemos una industria fuerte, musculosa, con generaciones que se extienden hasta los barcos de los que descendieron los conquistadores. Y sus dueños tienen un podio donde pueden decir qué somos y cuánto vale nuestra salud, nuestra seguridad, nuestra educación.
Pueden, porque tienen. Ellos son la llave para llegar al progreso y que nuestra ciudad sea cualquiera, que no sepamos si estamos en Miami o Guatemala.
Tenemos a Andrés Castillo, el Presidente del CACIF, confundiendo al clima con la gente en una entrevista. Así debe verse desde su podio. Quizá la gente sea como bruma desde ahí, que se dispersa y toda es la misma.
Se plantearon reformas a la Constitución, esa carta de declaraciones donde decimos qué somos, qué nos gustaría ser, de qué estamos hechos. Uno de los cambios propuestos es decir que somos un país de diferencias queriendo armonizarlas, para construir una nación de naciones. Se planea reconocer a Guatemala como un país multicultural, multiétnico y plurilingüe. Pero para el Presidente del CACIF eso sería como decir que tenemos primavera siempre.
Claro, la gente florece. Es lo mismo hablar de clima y de qué somos. Somos bruma.
Desde la cima de la capital, desde sus edificios más brillantes, Andrés Castillo dice que reconocer que somos plurilingües implicaría que los restaurantes tengan veinticinco menús. Qué pena. Con tanto hambriento en Guatemala, y cuando finalmente puedan comer y no tengan que ver a sus hijos morir de desnutrición, tengan que gastar su tiempo en más de veinte menús; si es que aprenden a leer, por supuesto.
Y para qué decir que somos multiculturales, dice Andrés, si aquí todos somos guatemaltecos. Claro no hay diferencias. Pero pregunto yo, si somos tan idénticos, ¿cuántos indígenas han sido presidentes del CACIF? Ninguno que yo recuerde. Es decir, la pregunta de fondo es: ¿por qué un indígena no ha sido presidente del CACIF? Hay más de cuatro millones de indígenas, según el censo del 2002 del INE.
Cuándo veremos que esa industria, la que tiene el poder, la que puede salir a decir qué ley se aprueba y cuál se descarta, a qué candidato se apoya y a cuál se le ataca, sea dirigida por alguien que no sea ladino. Pero claro, somos iguales.
Aún cuando los mapas de pobreza coinciden con los de población rural e indígena, somos iguales. Aún cuando los servicios de salud son inexistentes en el interior del país, somos iguales. Aún cuando nuestra versión de la vida y la naturaleza sean distintas, somos iguales. Aún cuando el hambre sea para los que cosechan y no la conozcamos en los supermercados, somos iguales.
¿Iguales a quién? Iguales a la imagen del hombre con poder que habla español. Porque somos altamente aspiracionales y en la capital todos soñamos ser ese hombre que dice qué va y qué no va. Que logre llegar tan alto que confunda a la gente con el clima.
Y aplaudimos que impida decir que somos distintos. Porque nosotros tenemos la voz. Y no queremos oír otra. Queremos oír un eco. Diciendo: queremos el progreso, queremos el progreso. Cuando el progreso es que haya un menú en el restaurante y no “veintipico”.
He salido de la ciudad últimamente. A pesar de la negación las muchas culturas existen. Creo que el único progreso que se puede alcanzar es la armonía y el bienestar. Y cada vez estamos más lejos de eso. De poder escucharnos entre nosotros y saber que cada decisión se toma entre todos y no sólo desde los edificios enormes, sino también desde los cerros y barrancos. Reconocer nuestras diferencias y crear a través de ellas puntos en común, para que este país sea finalmente de todos y no una ciudad que se niega y autodestruye. Que seamos gente y no bruma.
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