En ese versículo y en los siguientes hasta el 21 se anuncian las consecuencias del derramamiento de una copa —provocado por el séptimo ángel— que desata muchas desgracias: relámpagos, voces, truenos, temblores de tierra y el más grande de los terremotos, la partición de una gran ciudad en tres pedazos, la caída de grandes ciudades y de grandes naciones y la ira de Dios vertiéndose como torva sobre Babilonia. No falta la narración de una terrible caída de granizo cuyas bolas de hielo tenían, tienen o tendrán el peso de un talento.
Esa visión apocalíptica ha inspirado a todo tipo de autores (novelistas, dramaturgos, escritores de ciencia ficción y no pocos profetas de calamidades). Muy particularmente ha estimulado el ingenio de cineastas a los que les gusta poner en ascuas a los cinéfilos que gustan de este tipo de filmes. Así, pueden encontrarse más de 15 películas en las cuales un evento nuclear, una explosión solar, una guerra descomunal o un suceso cósmico y de alcance universal acaba con el mundo o con la vida como la conocemos actualmente.
En 1983 se estrenó una película muy emblemática cuyo contenido era precisamente la destrucción del mundo a causa de una guerra nuclear. Se trata de The Day After (El día después). La adjetivo de simbólica porque de ese filme se desprende aquel mensaje que un científico (en la cinta es el profesor Huxley) lanza a través de una radio hechiza desde un hospital en ruinas: «Hola. ¿Hay alguien allí? ¿Hay alguien vivo allí?». Y hasta la fecha esas preguntas se usan a manera de interrogantes de las cuales se sabe de antemano que no tendrán respuesta.
Yo vi ese filme seis años después de su lanzamiento, y, sin perjuicio de la incomparable dirección de Nicholas Meyer y las soberbias actuaciones de Jason Robards y John Lithgow, la película me pareció exagerada y una especie de umbral entre la incertidumbre y la desesperanza. Y quizá como mecanismo de defensa me imbuí en un irredento escepticismo respecto a la posibilidad de que una hecatombe de esa naturaleza hiciera presencia en nuestra casa común. Pero ese mismo año, 1989, escuché una conferencia dictada por el doctor Manuel Velasco Suárez, fundador de la filial mexicana de la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear. La escuché en el hospital Juárez del Centro, en el Distrito Federal de México. El propósito de la disertación del doctor Velasco fue advertir del peligro que conllevaba el acopio de armas nucleares que los países del primer mundo habían hecho como consecuencia de la Guerra Fría. Previno del riesgo de que una sola persona o un reducido número de personas tuviera en su poder los códigos de lanzamiento de las ojivas nucleares. Y el contenido de esa conferencia sí me sensibilizó y predispuso a la escucha, ya que todo lo dicho cabía dentro de lo posible.
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Esa sensibilidad y disposición a escuchar (mantenida a lo largo de tres décadas) hizo que las alarmas se me dispararan cuando el 8 de enero del presente año se notició que la señora Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, había contactado al general Mark Milley, jefe del Pentágono, «para asegurarse de que el presidente Donald Trump no usara códigos nucleares en las próximas dos semanas que le quedan de mandato». Ella consideró que la situación no podía ser más peligrosa «con este presidente desequilibrado».
Consideré entonces que los temores del doctor Velasco manifestados en 1989 estaban cobrando forma. Recuerdo que dijo (palabras más, palabras menos): «¿Qué sucedería si el presidente de una potencia mundial se volviera loco y usara los códigos para activar las armas nucleares? ¿Y si los usara en su sano juicio motivado por una cólera insensata?».
Así las cosas, debo reiterar que no me gustan los profetas de calamidades. Yo creo en la vida y en la esperanza, pero, vista y oída la advertencia de la señora Pelosi, entiendo que un armagedón (que no es la pandemia de covid-19) sí es posible.
A nuestro favor obra que «el Dios que se reveló como el “apasionado amante de la vida” (Sb 11, 24) no permitirá un final trágico al destino común de la Tierra y la humanidad. “Escoge la vida y vivirás. Escojamos la vida y viviremos”».
Hasta la próxima semana si Dios nos lo permite.
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