Indudablemente, las derechas, que consideran como libertad y democracia solo aquello que responde a sus intereses, han criado cuervos alrededor del mundo. Así, los Hitler y los Mussolini se están replicando como clones con el propósito de imponer su propio ordenamiento jurídico, social, mercantil, financiero, etc. Tienen como síntoma la conceptualización del poderío por encima del discernimiento y como signo el uso de la fuerza cuando lo consideran necesario.
De esa cuenta, no debe sernos extraño que Donald Trump reclame a voz en pecho que todos nos aprovechamos de su país y amenace que con su ordenamiento (nuevo, según él) regirá a todo el mundo. Ni sus sombrías intenciones como la propuesta (y promesa) de construir un muro a lo largo de toda su frontera con México. Ni su ridícula intentona de que sea México quien pague semejante murallón. No. No debe sernos extraño porque, amén del pensamiento conservador que se está dilatando por todos los continentes, su personalidad es digna de ser analizada por un cuerpo colegiado de especialistas en ciencias de la conducta. Bien valdría la pena, ya que su dedo índice derecho ahora tiene acceso al botón del fin del mundo y potestad sobre este.
Sin perjuicio de lo expuesto, en lo que a nosotros concierne como sociedad y como Estado, ¿qué clase de especie somos?
Guatemala tiene una fuerte migración endógena y exógena, claro signo de que el barranco que hay entre ricos y pobres se acrecienta cada vez más en anchura y profundidad. Y, encima de ello, la costra sobre las conciencias se vuelve día a día más gruesa y más dura en ambas categorías (ricos y pobres). Porque, así como no concibo que un patrón pague salarios de miseria (aunque los domingos se rasguñen la cara o canten aleluyas), tampoco acepto que en nombre de la búsqueda de nuevos horizontes un niño o un adolescente sea enviado en solitario a cruzar peligrosos desiertos y caudalosos ríos confiados a un coyote que en el mejor de los casos permitirá que se lo coman los coyotes. No son pocos los jóvenes de quienes he sabido que parten de estas regiones (las Verapaces) en tan precarias condiciones. De ninguno he conocido el paradero.
Y el Estado, haciendo nada. O, en el peor de los casos, siendo dirigido por verdaderos felones que propugnan un salario diferenciado o impiden la instauración de leyes que beneficien a la colectividad. O siendo discriminador y excluyente. Así, el Estado, bajo esos mandos y comandos, ha permitido que la riqueza se haya distribuido desigualmente y la pobreza se haya cimentado a perpetuidad. Y, como funesto corolario, también ha tolerado el afincamiento de una ideología colonizadora que subyuga en nombre de la democracia, de la civilización y del progreso.
Así las cosas, una supertormenta parece estarse formando en los horizontes de nuestros pueblos. Por un lado, hacia el norte, se vislumbra el componente caliente a lo Donald Trump. Por el otro, en lo interno, se advierte el componente frío de quienes lideran los organismos de nuestro Estado. Estos líderes (fríos e indiferentes ante las necesidades de la población) para nada sirven, como no sea ponernos en vergüenza y mostrar al mundo sus procacidades. En medio queda el pueblo, que les viene huango, y los migrantes sumidos en el fondo de un Andrea Gail próximo a naufragar.
Si a la personalidad de Trump sumamos y permitimos el demoníaco sello de quienes están zampados en los organismos Ejecutivo, Legislativo y Judicial, la tormenta perfecta nos hará añicos. Respecto al Norte, nada podemos hacer. En relación con los vulgarotes que dirigen nuestro Estado, mucho. No permitamos entonces el naufragio, pues no solo Trump es el culpable de la ventolera.
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