Hoy, a pesar del bajo porcentaje de guatemaltecos inmunizados, los hospitales ya no están colapsados, los contagios en las personas vacunadas no son letales, el número de personas fallecidas va en un ostensible descenso y las estadísticas mundiales apuntan a que sí, estamos saliendo del túnel pandémico.
Con relación a las pandemias documentadas, esta es la primera durante la que antes de un año, se tenía ya más de diez proyectos de vacunas trabajados para ponerlos al servicio del ser humano y, no obstante la obstinación de quienes negaron la existencia de una epidemia de alcance mundial y de la efectividad de las vacunas, el propósito del bien por el bien mismo se ha logrado. Como ejemplo compárese las estadísticas de la pandemia de influenza sucedida hace cien años y el patrón de comportamiento de la pandemia actual, gracias a las vacunas administradas en todo el mundo.
Sin embargo, tenemos enfrente otro pasadizo necesario de sortear. Se trata del túnel de la incertidumbre vinculada al futuro inmediato y al devenir mediato de nosotros como sociedades.
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En nuestro aquí y ahora estamos sintiendo el efecto de dos años y tres meses de angustia. Las personas que estuvimos al frente de una familia, una institución, un servicio de salud y como tales, expuestas a contraer la enfermedad con más probabilidad que otras, comenzamos a resentirnos. Esa es la razón por la cual hay un aumento en el número de individuos que están padeciendo eventos vasculares cardíacos y cerebrales (infartos), diabetes, hipertensión arterial, crisis de ansiedad y de otras neurosis que se han convertido en riesgos muy peligrosos.
Como pueblos y como sociedades también estamos padeciendo las consecuencias económicas derivadas del embate pandémico, embestida que se ha magnificado por el abandono del Estado, cuyos dirigentes parecen más enemigos nuestros que los líderes obligados, por precepto constitucional, a velar por nosotros. Su nivel de corrupción, su codicia y su villanía está compitiendo con las felonías de los dirigentes estatales de las épocas de Manuel Estrada Cabrera, Mariano Gálvez y Rafael Carrera, una triada de perversos (con sus adláteres) que fueron desnudados y tumbados por los impactos sociales y económicos de la pandemia de influenza el primero y las epidemias sucesivas de cólera morbus los otros dos.
Este otro momento de sobrevivencia (hace dos años sobrevivíamos buscando oxígeno, dexametasona, antibióticos y antivirales), caracterizado por el intento de rehacernos económicamente, no nos permite avizorar la catástrofe climática que tenemos enfrente. Tampoco nos permite darnos cuenta que su causa es antrópica. Nuestra intervención como especie humana sobre la faz de la Tierra está siendo devastadora. En ese intento de recuperar nuestras exiguas economías por medio de la tala de árboles, el avance de la frontera agrícola sobre la forestal, las actividades que provocan emanaciones de gases de carbono producto de la actividad fabril y otras similares, como el retorno al uso de vehículos que también emiten gases perjudiciales hacia nuestra biósfera, se está causando una aceleración de la catástrofe climática que no pocos expertos consideran ya inevitable. Hoy por hoy no tenemos otro patrón energético que no sea el del carbono porque a las élites económicas mundiales no les convienen alternativas más baratas y menos contaminantes como la energía solar o la eléctrica.
Esos riesgos, los del tercer año de la pandemia, están maximizados en los países de tercer mundo. Como una muestra, muchos países de primer mundo no han cesado su actividad minera extractiva que destruye y mata los biomas en nombre del progreso y de la civilización.
Y como dorando la píldora, la mayoría de los dirigentes religiosos que tenemos a mano (en los países tercermundistas), se han reducido otra vez en la historia a un enfoque casi mítico y aislado de la salvación, soslayando la dimensión profética de la iglesia (y de las iglesias), convirtiéndose con su silencio en legitimadores de la destrucción planetaria.
Pero nosotros ya pasamos de ser Homo sapiens (el hombre que sabe) a ser Homo sapiens sapiens (el hombre que sabe que sabe). Cargamos así con la responsabilidad de transformar nuestro destino porque, o cambiamos de manera radical nuestro comportamiento o nos situaremos cara a cara con el mismísimo apocalipsis (otra peste de alcance mundial es posible).
Recordemos, para septiembre del año 2019 hablar de una probable pandemia habría sido motivo de burla para quien la anunciara. Hoy, saliendo del túnel pandémico, tenemos una cauda de más de 17,500 muertos en Guatemala y más 6,300,000 a nivel mundial.
Yo creo que aún estamos a tiempo de evitar un ecocidio y un suicidio sistémico.
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