Que no se me olvide el amor

El joven la sostiene de la cintura mientras la presiona contra su cuerpo, ella se prende de su cuello mientras un beso, que se me hace eterno, los engancha. Parece ser que en diciembre el amor se multiplica, o eso quiero pensar.

Por todos lados brota el amor en estos días. La publicidad, las canciones, las películas, y hasta el último anuncio de condones Durex, intentan venderme amor. Fue así como decidí avocarme con Santa Claus, que en esta época es mi papá. He perdido dos pares de lentes en el último año y me rehúso a comprar un tercero. Con gran expectativa lo llamo. “De regalo de Navidad, ¿me podrías dar un par de lentes?”, le pregunto. Ni siquiera lo piensa y contesta con un rotundo no. “¿Por qué no ?le pregunto?, si es Navidad?” “Porque todo lo que he podido darte en esta vida, ya te lo di.” Con esa respuesta y desilusionada, porque tendré que pagar mis lentes, me cuelga el teléfono.

Me parece curioso esto a lo que llamamos amor. Generalizar sobre el amor sería absurdo, ya que cada quien lo vive y lo siente diferente. Hablar de él, como hablar de Dios, sólo lo puedo hacer desde mi propia experiencia. Puedo hablar de algunos de mis maestros y el primero fue mi papá. Él es un hombre sumamente inteligente. En lo intelectual, raya en la genialidad. Sin embargo, como muchos de los hombres brillantes, carece de habilidades para transmitir lo emocional. Fue así, como aprendí de él que el amor no viene disfrazado con empaque navideño, así como no se cuantifica con un sinfín de “te quieros”, ni se fragmenta con las imperfecciones del uno y del otro. El amor, como me lo enseñó, es ponerle pasión a todo aquello que hacemos, es ofrecer la verdad al prójimo, es disfrutar de las pequeñas cosas, es permanecer durante la tormenta, es actuar más que hablar, pero, sobre todo, mantenerse honrado. Porque como él siempre ha dicho: “hasta para amar hay que ser honrado”.

Pero no todo lo he aprendido de él. El resto, me lo enseño Jorge, mi terapista. Fue sentada en esa oficina de paredes verde “chinto”, que comprendí de dónde nacía el amor. Ha sido un camino largo, en el que me he caído, me he embarrado y me he levantado. Junto a Jorge, me reconcilié con mi historia, abracé mis imperfecciones, reconocí a mis maestros y me encontré, cara a cara, con mis miedos. Dejé de ver a mi peor enemiga frente al espejo, y aprendí a reconocer a la mujer, a la adulta, a la amiga y a la compañera. Sí, aprendí del amor propio, el más grande que puede haber. Porque de ahí nace todo lo que podemos dar y ahí regresa todo lo que podemos recibir.

En esta época, cuando el aroma a pinabete se cuela por las ventanas, cuando los chocolates inundan los platos navideños, cuando las colas para entrar a los centros comerciales se hacen eternas, cuando el cielo se ilumina con fuegos pirotécnicos y el olor a comida navideña se hace presente, que no se me olvide el amor. Porque, aunque es tan fácil encontrarlo plasmado en la publicidad, la mayoría del tiempo, es lo primero que se nos olvida regalar.

Que no se me olvide la sonrisa, la gratitud, estar en paz y la necesidad de abrazar al que más lo necesita. Que esta Navidad, aparte de los regalos, guarde la magia de compartir y si bien me va, de besarlo a él, al que quiero.