A partir del 23 de marzo del año 2020 dediqué el mayor número de mis artículos —en Plaza Pública— a paliar los efectos de la desinformación acerca de la pandemia de COVID-19, a contraargumentar las nocivas insensateces de los negacionistas y a defender el arduo trabajo de los científicos con relación a la creación de las vacunas y los medicamentos antivirales; y en todos, a sembrar la esperanza.
Este artículo, el número 79 con relación a la pandemia de 523 escritos en este medio, está dedicado a las consecuencias derivadas de un estado prolongado de pandemia a nivel mundial. Mismo que genera un estado de estrés prolongado que afecta la salud, las relaciones sociales y también el desempeño laboral. Su propósito es dar a conocer sus síntomas para reconocerlos al menor indicio de asomo porque hacerle frente a la fatiga pandémica es tan importante como vacunarse contra el virus del SARS-CoV-2.
La mayoría de las personas están experimentando insomnio, pesadillas (con frecuencia sueñan con amigos o familiares fallecidos), desgano, dificultades en la atención y siempre, ansiedad y angustia. Estos síntomas se presentan a manera de círculo vicioso: a más cansancio físico mayor desgaste emocional y a mayor desgaste emocional más cansancio físico.
Los negacionistas y quienes reniegan de las vacunas se han colocado ya en una condición de agresividad contra quienes ponderamos el conocimiento científico como una solución a la acometida del virus; las personas que sí se han vacunado y que valoran el trabajo científico (generación y aplicación del conocimiento) están manteniendo una terrible incertidumbre a causa de la lentitud con la que se ha desarrollado la vacunación a nivel mundial, especialmente en Guatemala (país al que pertenecemos).
La agresividad de unos y la incertidumbre de otros se convierten en una pócima mortal cuando hace presa de alguien. Así, se acrecientan los riesgos de quienes padecen comorbilidades. De esa cuenta van en alza los casos de diabetes mellitus, infartos (eventos vasculares cerebrales o cardíacos), hipertensión, crisis de ansiedad aguda y otros como la depresión que puede provocar un suicidio en una persona vulnerable
¿Qué hacer ante este panorama no sabido por las mayorías ni previsto por nuestros gobiernos (no pocas veces desgobiernos)?
«A distinguir me paro, las voces de los ecos» dice el tercer verso de la quinta estrofa del poema Retrato, obra de Antonio Machado[2]. Es una forma muy poética de referirse al discernimiento, ese juicio tan necesario para diferenciar la luz de la oscuridad.
Demás está decirlo, buscar apoyo psicológico o psiquiátrico es muy importante para distinguir las voces de los ecos. Pero en Guatemala no es fácil tener acceso a ese nivel de atención y aún no hemos alcanzado muchos postulados que, sin estar mencionados expresamente, se derivaron de la Declaración de Alma Ata[3], entre otros: «Que el médico sea más psiquiatra y el psiquiatra sea más médico».
A mi saber y entender, el postulado anterior alcanza a todo el personal sanitario, no solo a médicos y psiquiatras. Me refiero a psicólogos (por demás importantísimos en el cuidado de nuestro bienestar emocional), enfermeras, sanadores de los pueblos originarios y todas aquellas personas que velan por nuestra salud.
Aún teniendo la cobertura de ese personal (todos héroes y no pocos mártires en esta pandemia), es importante que cada persona cuide de sí mediante la introspección (muy propia) para evaluar su estado de ánimo. También, que cada quien comience el retorno a sus actividades anteriores bajo estrictos cuidados. La relación con el entorno (natural y social) y un mínimo de actividades deportivas mejorarán sin duda nuestro sueño y nos sacarán de la apatía.
Dejo a manera de colofón la advertencia que, según una de las fuentes citadas, ha hecho la Sociedad Española de Psicología Clínica y de la Salud (SEPCYS): «Uno de los factores es el ‘efecto de habituación’, que hace que nos acostumbremos a la pandemia y comencemos a interpretar que la amenaza quizá no sea tan grave»[4].
Vale decir que un desliz de esta naturaleza podría ser fatal.
Por favor amigo lector, distinga las voces asertivas de los ecos disonantes (como la luz de la oscuridad) porque el tercer año de una pandemia, —año de su declive en el presente caso—, conlleva muchas secuelas provocadas por la incertidumbre que hemos sufrido desde el 11 de marzo 2020. En esta fecha la nueva enfermedad llamada COVID-19 se declaró como pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud.
[3][3] Conferencia Internacional sobre Atención Primaria de Salud propiciada por la Organización Panamericana de la Salud), Alma-Ata, URSS, 6-12 de septiembre de 1978.
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