Les dispersaron las ideas.
Les quebraron las piernas que recorrieron veredas y cañadas. Desde San Salvador a Chalate y Jayaque.
Les destrozaron las manos, que escribían y firmaban pronunciamientos ante las atrocidades, que eran puestas en la Eucaristía como única fuente de protección ante el odio y dolor.
Les apagaron los ojos, que les permitían ver la realidad y el sufrimiento que en ella había.
Les silenciaron la voz con disparos estruendosos, palabras que ...
Les dispersaron las ideas.
Les quebraron las piernas que recorrieron veredas y cañadas. Desde San Salvador a Chalate y Jayaque.
Les destrozaron las manos, que escribían y firmaban pronunciamientos ante las atrocidades, que eran puestas en la Eucaristía como única fuente de protección ante el odio y dolor.
Les apagaron los ojos, que les permitían ver la realidad y el sufrimiento que en ella había.
Les silenciaron la voz con disparos estruendosos, palabras que eran propagadas en plazas y aulas.
Nos obligaron a recordar cada 16 de noviembre que están ausentes. Ausencia que evoca que la justicia y verdad que conlleva el Reino de Dios, trae sus consecuencias.
Nos quitaron con mentiras y engaños la oportunidad de conversar con ellos y escuchar sus propuestas sobre cómo hacer de nuestro país un lugar más justo, fruto de la paz verdadera.
En ocasiones lamento no haberles conocido, pues me hubiese gustado platicar y reír un momento con Elba y Celina, tocar guitarra con Baró, platicar sobre Fe y Alegría con Lolo, recibir ejercicios espirituales de Juan Ramón Moreno, escuchar a Segundo Montes hablar sobre Derechos Humanos, jugar futbol con Amando López y recibir clases de Filosofía con Ellacuría.
Pero no justifico con tristeza lo que les pasó, pues si a alguien estorbaban quiere decir que sus palabras y acciones eran valientes y apegadas a la realidad. Y cómo no serlo si habían conocido y llevado en hombros el cuerpo asesinado de San Óscar Arnulfo Romero, cuya voz en las misas únicas era la mejor defensa de los pobres y menesterosos.
Los culpables de tan vil y cobarde asesinato deben entender que abrieron en nuestros corazones el deseo inquebrantable de situar la defensa y dignidad del ser humano como lo más importante, y que a pesar de nuestras debilidades y mediocridades humanas, pondremos a nuestros mártires como nuestro trofeo glorificado.
Hoy, nuevamente les recordamos y gritaremos con convicción ¡presentes! cuando veamos sus rostros en la procesión de los farolitos.
* Francisco Diaz nació en Huehuetenango, Guatemala, el 30 de agosto de 1982. Realizó estudios de Humanidades y Filosofía en la Universidad Rafael Landívar de Guatemala. En el año de 2004, ingresó al Noviciado de la Compañía de Jesús en Panamá. Cursó la licenciatura en Comunicación en la Universidad Centroamericana, UCA de Managua Nicaragua. Actualmente se encuentra en El Salvador, colaborando en el proyecto de “Aula Tecnológica” en Fe y Alegría Zacamil, y preparándose para iniciar sus estudios de Teología en la Universidad Javeriana de Bogotá, Colombia.
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