Se debate ahora entre dos extremos: el excesivo optimismo con relación al declive de la pandemia y el pesimismo del supuesto sufrimiento de la enfermedad por toda la población.
De acuerdo al análisis histórico de las pandemias el promedio de duración de la primera acometida son tres años. Las evidencias más patognomónicas nos las muestran: La Muerte Negra[1] (pandemia de peste bubónica provocada por la bacteria Yersinia pestis) que golpeó a todo el mundo conocido entre 1347 y 1350 y la pandemia de gripe provocada por el virus tipo A, subtipo H1N1[2], mal llamada «Gripe española», que asoló al mundo entre 1918 y 1920. Arguyo de la primera acometida porque luego vienen brotes determinados por el comportamiento de las masas poblacionales.
No me detendré a explicar sobre las probabilidades del aparecimiento de mutaciones cuando un virus circula en grandes grupos poblacionales porque de todos es conocida. Expondré en este artículo mis observaciones en orden a los escenarios que a diario tengo enfrente, porque tal parece, a muchas personas les viene guango esa probabilidad de mutaciones. Quizá ignoren que esas alteraciones pueden provocar cambios en la capacidad de los virus. Entre ellos, el aumento de su capacidad de transmisibilidad y también el aumento de la gravedad que provocan en los seres humanos.
Analicemos entonces los tablados en mención.
El primer escenario es el descuido que todos estamos teniendo con relación al uso correcto de las mascarillas, el constante lavado de manos y el distanciamiento físico. Se nota en los restaurantes, los eventos deportivos, las actividades sociales y no se diga de las fiestas y bares. Pareciera (para los participantes de las fiestas y para los asiduos clientes de los bares) que esos ambientes están signados por un genio de la peste que impide su transmisibilidad. Y habida cuenta de que ese genio no existe, poco tiempo después comienza a saberse de los contagios, las hospitalizaciones y los fallecimientos.
El segundo escenario son las marchas procesionales y las aglomeraciones de personas con motivo de la Cuaresma y de la Semana Santa venidera. Me preocupa mucho porque, muy buenos protocolos podrán haber diseñado para quienes carguen las andas, pero ello no aplica para los cientos de personas que se juntan para ver pasar la procesión. Por ello me congratulo de cómo, en algunas diócesis y parroquias (incluidas la diócesis y la parroquia a las que pertenezco), el obispo y el párroco tomaron la decisión de continuar con las medidas preventivas adoptadas los dos años anteriores: no habrá cortejos procesionales.
El tercer escenario son los eventos deportivos a nivel mundial y local. El mejor ejemplo lo tenemos con los violentos sucesos acecidos en el estadio Corregidora (Querétaro, México) durante el partido entre los equipos Querétaro y Atlas. Es imposible que después de esa debacle no vaya a haber contagiados con el virus que provoca la COVID-19. Aglomeraciones similares (sin hechos violentos, pero también sin los debidos cuidados) se replican con mucha frecuencia en los estadios de Guatemala.
[frasepzp1]
Los guatemaltecos tenemos que entender que la pandemia no ha terminado, que el gobierno nos ha dejado solos (Alejandro Giammattei parece más preocupado por los niños de Ucrania que por los nuestros), los diputados están engolfados en el bizarro proyecto de Ley para la Protección de la Vida y la Familia (ignorando que existen casos de intersexo atinentes a condiciones biológicas corporales y no de género ni de orientación sexual) y el Ministerio de Salud navega a la deriva sin brújula ni timonel.
Entendamos por favor, la pandemia no ha terminado. Podemos estar vacunados y ser portadores asintomáticos del virus de la COVID-19. ¿A quiénes contagiaríamos de manera letal? Pues, en principio, a los niños que están cerca de nosotros y que no han sido vacunados.
Así las cosas, por favor, actuemos con sensatez.
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