En El Salvador es prohibido interrumpir voluntariamente un embarazo bajo cualquier circunstancia. Las mujeres que lo hagan pueden enfrentar una pena de hasta 50 años de prisión y los médicos que las asistan, hasta 12 años de prisión. Nadie quiere arriesgarse a esto, por lo que florece la práctica de abortos clandestinos. El caso de Beatriz ha causado movilizaciones internacionales de organizaciones de mujeres, de derechos humanos y civiles, además de hacer a la sociedad salvadoreña repensar lo que plantea su Constitución, donde la vida de la madre no se privilegia sobre la del no nato. Este jueves, la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia de El Salvador, rechazó su solicitud de amparo de Beatriz. La Corte Interamericana de Derechos Humanos, por su parte, exigió al Estado salvadoreño que le practique un aborto terapéutico a Beatriz.
El caso de Beatriz es polémico, pero en mi opinión, se ha perdido la esencia de lo que está detrás. Ésta no es una columna pro-aborto, es un intento de reflexionar. El cuerpo y la vida de Beatriz ha quedado en medio de un estira y afloja, de un laberinto político y judicial, de una maraña de leyes y regulaciones que al parecer, tienen preeminencia sobre la vida de una mujer. Porque aún tratamos el cuerpo y la vida de las mujeres como algo público, como algo sobre lo que todos tienen derecho a opinar. Sistemas patriarcales que aún pretenden definir cómo las mujeres debemos vivir nuestra vida, sistemas donde la preeminencia la tienen los hombres. Hombres que nunca han estado y nunca estarán embarazados, que nunca se verán en las situaciones que pretenden regular. Las mujeres no estamos realmente representadas en la creación de estas leyes y cuando suceden estos casos, se nota más que nunca. Aunque seamos mayores de edad, aunque estemos conscientes de los riesgos y ventajas, lo que queremos no importa. Importa más lo que diga la Corte, la Constitución, la iglesia, los diputados.
El Salvador es uno de los cinco países de Latinoamérica que prohíbe terminantemente el aborto, junto con Nicaragua, Honduras, República Dominicana y Chile. En Guatemala se permite el aborto terapéutico, en cualquier otro caso, la mujer puede enfrentar hasta tres años de prisión. Aún así, los abortos son la tercera causa de de muerte materna en el país. Mujeres que recurren a procedimientos clandestinos, riesgosos y simplemente espantosos cuando se ven sin una salida viable. El resultado son mujeres con traumas y cicatrices, no solo físicos sino mentales.
No hemos terminado de entender, como sociedad, que cada quien es dueño de su propio cuerpo. Sobre todo, no hemos terminado de entender esto sobre el cuerpo de las mujeres. El tema del aborto se puede volver un círculo de nunca acabar, se vuelve un caso del huevo y la gallina, sin pies ni cabeza. Si uno se atreve a hablar, se remueven pasiones, creencias, ideologías y el debate casi siempre se vuelve hostil. Pero al final del día, debemos pensar en que el cuerpo de las mujeres no es un campo de batalla. Este cuerpo es mío, sobre este cuerpo, decido yo. Este cuerpo es mi dominio, mi paraíso, mi vida. A mí me podría pasar lo que le está pasando a Beatriz. Tenemos la misma edad y a ella le tocó nacer en El Salvador y a mí en Guatemala. Esa podría ser yo o cualquiera de mis amigas. ¿Me dejarían sufrir o me darían la opción de decir: este cuerpo es mío?
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