En lo que va del año se estima que 34 mil niñas y adolescentes han dado a luz. Las cifras son el reflejo de una Guatemala donde predomina la pobreza, la violencia, y el analfabetismo; y, de una sociedad patriarcal, plagada de machismo y misoginia.
Aquí pareciera que el tiempo no avanza, en especial cuando nos dirigimos a la búsqueda de la igualdad y el respeto de los derechos de la mujer y la niña. Como Estado, tenemos la obligación de responder ante la vida, salud, educación, integrid...
En lo que va del año se estima que 34 mil niñas y adolescentes han dado a luz. Las cifras son el reflejo de una Guatemala donde predomina la pobreza, la violencia, y el analfabetismo; y, de una sociedad patriarcal, plagada de machismo y misoginia.
Aquí pareciera que el tiempo no avanza, en especial cuando nos dirigimos a la búsqueda de la igualdad y el respeto de los derechos de la mujer y la niña. Como Estado, tenemos la obligación de responder ante la vida, salud, educación, integridad e igualdad de condiciones de la niña. Sin embargo, hoy once niñas darán a luz, consecuencia de una violación. ¿Qué les depara? Para muchas de ellas y sus hijos, la condena de una vida sin educación, trabajo y oportunidades de desarrollo.
Hace algunas semanas, fui invitada a conocer el trabajo de una organización que protege a niñas y adolescentes que fueron víctimas de violencia sexual. En uno de los salones del hogar había trece niñas y, con ellas, catorce bebés: sus hijos. Todas fueron violadas, utilizadas como objeto y desechadas. Ahora llevan la responsabilidad de la crianza de un niño. A pesar de sus circunstancias sonríen y, en ese gesto, se puede ver que se han aferrado a la vida y a la oportunidad de seguir adelante.
Una de ellas llama mi atención. No es sino hasta que la veo que comprendo la tragedia. Ella permanece en silencio, sentada en un sofá con la mirada perdida y un niño recién nacido prendido al pecho. Tendrá doce o trece años, y su semblante parece no entender lo que le ha sucedido. La imagino con uniforme de colegio, en clase de educación física, leyendo un libro, escuchando música, bromeando con sus amigas. Pero su infancia ha sido arrebatada y su espíritu quebrantado. Mientras tanto sostiene a un hijo que representa el abuso y la crueldad a la que fue sometida. Quiero pensar que el optimismo de las otras niñas le levantará el ánimo, así como quisiera creer que esa vida que lleva en sus brazos es símbolo de esperanza y muchas posibilidades.
Por un instante, en mi mente, intento colocarme en el lugar de esa niña que nunca más volveré a ver. Entretengo la posibilidad de haber quedado embarazada durante mi adolescencia. Me paralizo por miedo de tener que enfrentar a mis padres y a un mundo de adultos que prefiere juzgar y condenar antes que cuestionarse el verdadero problema. Me habrían obligado a retirarme del colegio, estudiar en casa para ganar el año. Pienso en las noches de insomnio llenas de angustia, incertidumbre y arrepentimiento. Mi cuerpo, sin estar preparado, creciendo y transformándose. Siento las náuseas, los malestares, y el mal humor. Luego las noches de desvelo, calmar el llanto, dar de comer y cambiar pañales.
Me habría perdido de muchas cosas: en especial de viajar por el mundo, trabajar por las causas que me apasionan, leer sin interrupciones, amanecer en fiestas, estudiar sin reloj, y escribir en silencio.
Pero habría tenido oportunidades, y eso habría hecho toda la diferencia.
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