Pero es el fiambre, para mí, el más colorido. Espero un año entero para llevarme a la boca esa tradicional comida que tiene la capacidad de remontarme a mi infancia, de recordarme a los que ya se han ido, y de reconocer a los que están presentes. Mi abuela materna es la que mantiene presente esta tradición familiar, pero es mi tía quien da vida al plato. No sé si es la espera de un año o la magia que ella pone en su cocina, pero cada vez perfecciona ese fiambre aún más. Cada bocado es una explosión de sabores que conquista mi paladar.
No todos comparten el gusto por el fiambre. Para muchos es una relación amor u odio, para otros es un gusto adquirido. Siempre está ese primo que lo detesta y, al evento, lleva una pizza escondida. También está el otro, que termina empachado de tantas veces que se repitió y que algunos lo ven con mala cara por no dejar las tan cotizadas sobras; o está el melindroso que se dedica, durante toda la comida, a sacar lo que no le gusta del plato. Pero irrelevante a los gustos de cada quien, es una costumbre que une a la familia guatemalteca. La tradición dicta que es un día para honrar a los muertos, pero en el momento en que nos reunimos, más allá de la muerte, honramos la vida.
Mi familia materna se junta todos los primeros de noviembre, en casa de mi abuela, a celebrar el día del fiambre. Una mesa inundada de pasteles, galletas, chocolates, pies y el imponente plato del fiambre, marcan la bienvenida de una temporada de ingesta gastronómica. Abuela, tíos, primos y sobrinos se aglomeran alrededor de la mesa. Los que tienen preferencia por el fiambre lo amenazan con apetito, los que no, buscan el pan francés y los quesos para llenarse. Los niños se entretienen metiendo los dedos dentro del pastel.
Familiares sonrientes y desvelados ocupan los puestos en las mesas. Sin embargo, algunos han quedado vacíos. Y pienso en ellos, en los que no están. Unos se escaparon a la playa, otro está enfermo, y ella que ya se ha ido y nunca volverá. Recuerdo a mi madre, su risa, esos ojos azules y su amor por la vida. Su puesto está vacío. Pero es aquí donde ocurre la magia de este día, recordar a aquéllos que se nos han adelantado y abrazar a los que continúan presentes, pues casi todo lo que he querido en esta vida se encuentra reunido en este día del fiambre.
Hoy mi lugar está ocupado, el otro año, quién sabe. Como siempre, noviembre me abraza con nostalgia.
Más de este autor