Se inició entonces una resistencia contra las fuerzas reaccionarias de aquella época que pretendían conculcar las libertades, derechos y dignidad de los pueblos indígenas, pero a la vez comenzó la experiencia del martirologio latinoamericano y muy particularmente, del martirologio centroamericano, porque esas fuerzas reaccionarias —cebadas sobre nuestros pueblos a lo largo de cinco centurias—, solo han cambiado de rostro y de perfil ideológico con el despropósito de mantener sus siniestras prerrogativas.
En mi artículo titulado Nicaragua, Nicaragüita[1] (21 de mayo 2018) expuse: «No se puede comprender el presente de Nicaragua si se desconoce la historia contemporánea de “ese amado riñón de las Indias”, como la llamaron, por su forma geográfica, Bartolomé de las Casas y Antonio de Valdivieso [..] Menos aún si no se ha entrado en intelección de grandes figuras como los caciques Adiact y Diriangén, que marcaron una profunda diferencia en cuanto a la manera de defender la tierra ante la invasión española. Me refiero a los señores de Sutiaba y de Diriamba que signaron sus vidas al estilo de los mejores mártires de América [...] Ni qué decir de su guerra civil en 1824, de la invasión de Gran Bretaña a San Juan del Norte, del incidente diplomático de Squier y el Tratado Clayton-Bulwer (para neutralizar los intentos colonizadores de Estados Unidos y Gran Bretaña) y, por supuesto, del ingreso de los filibusteros y las agresiones de William Walker. Es decir, una historia completamente diferente a la del resto de las provincias centroamericanas».
Entre esas diferencias históricas —con el resto de Centroamérica— podemos encontrar que, el concepto de izquierdas y derechas en aquel país, solo ha servido para permitir un matiz diferente a las mismas felonías: corrupción, terror, crueldad, tortura e injusticia bajo el manto de supuestas políticas liberales y capitalistas o usurpando el espíritu de la revolución sandinista. No importa quién haya liderado esos matices porque Pedrarias Dávila (Furor domini), Rodrigo de Contreras, Anastasio Somoza, Daniel Ortega y Rosario Murillo son la misma mica con diferente montera.
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Daniel Ortega comenzó a sacar las uñas —más filudas que otras veces— cuando el presidente del Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS), Roberto López, voceó unas reformas al reglamento de seguridad social que castigaba a los trabajadores y empleadores (16 de abril del 2018)[2]. Las dichas reformas aumentaban sustancialmente el valor de sus aportes y disminuía las pensiones de los beneficiarios.
Olvidó Daniel Ortega que sus coterráneos, al margen de los fueros políticos, están preparados para subsistir en la guerra y la paz. Así los forjó su propia historia. Desafortunadamente, la explosiva reacción de la población terminó con decenas de muertos, cientos de heridos e innumerables capturas. Las personas acometidas fueron quienes defendieron su seguridad social. Pero lejos de acallar sus voces aumentó la resistencia.
Daniel Ortega (un continuum de Pedrarias, Contreras y Somoza) la ha emprendido ahora en contra de la academia. Recién despojó de su personalidad jurídica a seis universidades y convirtió a tres en instituciones nacionales de educación superior. Se trata de una venganza que alcanza a los bastiones de las protestas antigubernamentales suscitadas por sus torpes medidas durante el mes de abril del año 2018.
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Pero el pueblo nicaragüense tiene su manera (muy propia) para permanecer firme en medio de la injusticia, tiene un modo diferente de esperar ante las vicisitudes y tiene sus propias formas para enfrentar a los imperios que han sometido el istmo centroamericano. Y esta vez no será diferente. Daniel Ortega y Rosario Murillo, entre los felones que han acometido a Nicaragua, son los menos inteligentes y los menos queridos adentro y afuera de «ese amado riñón de las Indias» como llamaban al territorio los obispos Las Casas y Valdivieso.
Ser muy mal queridos (adentro y afuera de Nicaragua) abona para vaticinar su pronta salida del gobierno. Esperándolos estarán los tribunales donde habrán de ser juzgados por sus crímenes de lesa humanidad y lesa academia.
Que no olvide la dupla Ortega y Murillo: Desde el 26 de febrero de 1550 Nicaragua está en resistencia.
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