Nada nuevo bajo el sol. La práctica de la matemática desarrolla el pensamiento lógico, es la base para la comprensión y el desarrollo de muchas otras disciplinas. Y en la medida que el niño comprende conceptos matemáticos, podrá también desarrollar el pensamiento abstracto.
Asustan entonces las estadísticas a nivel nacional en cuanto al dominio de las disciplinas numéricas por parte de maestros de preprimaria y primaria. En el año 2013, solo el 4.5 % de los graduandos a nivel magisterial obtuvo una calificación que lindaba entre satisfactoria y excelente. Y esas mismas estadísticas demostraron que el 52 % de los graduandos no superaron las pruebas de lectura.
La pregunta obligada es qué está sucediendo. Porque, bien recuerdo, la maestra que me enseñó a leer y escribir correctamente también me enseñó las operaciones aritméticas básicas y años más tarde me apoyó en el aprendizaje del álgebra. Quizá se trate de esa explosión de centros educativos que dan títulos de maestros en cualesquiera de sus especialidades por todos lados. Hay una dispersión enorme de escuelas e institutos normales a lo largo y ancho del país sin un control estricto de calidad por parte del Mineduc.
Afecta también el rezago que ha tenido la enseñanza de la ética en aras del avance de la tecnología. En una ocasión, en un restaurante de comida rápida, nos encontramos un profesor de matemáticas y yo. El profesor necesitaba hablar de él, solo de él. Y con jactancia, como presumiendo, me compartió: «Mi currículum como docente es bueno, pero mi mejor carta de presentación es que, de 60 alumnos que llevan el curso conmigo, me pierden 50». Yo le pregunté entonces si él se dejaría operar por un cirujano que le confesara que de 60 pacientes que intervenía se le morían 50. No me contestó. Sí debo reconocer que se metió en un insondable mutismo y que no se terminó su café.
Ni qué decir de aquellos casos en los cuales, al finalizar el ciclo escolar, una cantidad enorme de alumnos pierden la asignatura y luego, mediante una poca cantidad de sesiones pagadas durante las vacaciones, casi siempre fuera del plantel, se convierten —según ellos y el profesor— en una especie de clonación de Albert Einstein. Ilusión y encanto que se derrumba al sufrir las pruebas de ingreso a las universidades.
Afecta también el supino desconocimiento que ostentan algunos maestros en cuanto a la didáctica de las matemáticas. Saberes, enseñanza y aprendizaje que se dejan de lado cuando se les ocurre cada sosería, como poner a escribir a niños y adolescentes, en letras, los números del 1 al 5 000. Nada logran con ello, excepto que el alumno encarne un rechazo a las disciplinas numéricas, una especie de vacuna que les generará anticuerpos de por vida.
Vale la pena entonces recordarles a esos mentores que es importantísimo tener en cuenta las características de las etapas del desarrollo neurobiológico —vinculadas a la evolución de la inteligencia humana—, que Jean Piaget codificó como períodos simbólico, intuitivo, de operaciones concretas y de operaciones formales, antes que vacunarlos innecesariamente. Cabe traer a la memoria (porque cursaron cuando menos psicología general) que, según Piaget, de los 7 a los 11 años se desarrolla el pensamiento lógico y reversible, se produce el establecimiento de relaciones entre objetos y personas y el niño empieza a observar fenómenos, a realizar predicciones y, muy a su manera, a explicar la fenomenología que observa, de manera que angostar el tiempo con ejercicios innecesarios es nefasto.
Este SOS va dirigido a las nuevas autoridades del Mineduc. No podemos seguir con semejantes dislates, como tampoco aceptar que maestros graduados escriban haber por a ver en las redes sociales.
Agradezco en todo lo que vale al ingeniero Eddy Roldán Manzo, docente de Matemáticas en el campus San Pedro Claver, S. J., de la Verapaz, por las sugerencias y la asesoría en la elaboración de este artículo.
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