La historia de la humanidad ha estado colmada de paradojas, de manera especial durante el siglo XX y estas primeras tres décadas del XXI. Ha de recordarse que, de volar tan solo cien metros allá por 1908 y 1909, se llegó ya al espacio interestelar y se está buscando agua en Marte y un ambiente propicio para la vida como la conocemos en nuestro mundo. Sin embargo, a pesar de tan vertiginosos adelantos científicos, no hay agua suficiente para todos los seres humanos en el planeta Tierra, y no por carencia de esta, sino por su inadecuada administración y conservación. Así de extraños somos como especie.
Las paradojas que puso en el tapete la pandemia son más ostensibles en los países de tercer mundo. Guatemala lo es. Un país de tercer mundo pasando a condición de cuarto mundo. Un país altamente vulnerable con relación al cambio climático, pero que no cuida sus bosques, sus selvas y sus humedales. Un país donde los gobernantes solo ven como personas por proteger a sus financistas y no reconocen la obligación que tienen con la sociedad que les dio el voto durante los comicios en los que fueron elegidos. Menos reconocen su obligación para con los más pobres y excluidos. Porque, para ellos, ese segmento de la población es una especie de carga molesta. Y mientras la tierra se agosta, los humedales se secan y la flora es destruida, la comodidad que ha alcanzado a los líderes religiosos empuja a estos a guardar silencio y a desviar la mirada de aquellos entornos de la casa común que deberían proteger siguiendo el ejemplo del papa Francisco cuando, en nombre de la Iglesia, exigió al hombre posmoderno el cuidado y la protección de los recursos de la Pachamama. Me refiero a la publicación de la segunda encíclica de su autoría, la encíclica verde, la encíclica Laudato si’.
Mas el fracaso no es solo de las sociedades y de sus gobiernos. Hay muchos fracasos personales que solo pueden devenir del sesgo del pensamiento filosófico (si es que lo hay) provocado por una pésima formación humana (desarrollo de actitudes y valores) y religiosa (desarrollo de creencias, juicios morales y normas de conducta relacionadas con el espíritu y su trascendencia) aunada a la carencia de valores éticos fundamentales como la responsabilidad, la justicia y el respeto. Y en esta ocasión —tiempo de pandemia—, esa pésima formación y esas carencias han significado disminución de la calidad de vida y la muerte de muchas personas. ¿Cómo? Explicaciones a continuación.
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En Guatemala ya sobrepasamos los 15,000 fallecidos a causa del SARS-CoV-2. Y muchos de esos contagios y decesos pudieron haberse evitado de no haber sido por la paradoja que significó haber escuchado, de parte de personas desde iletradas hasta con títulos universitarios, gritos a voz en pecho de que la pandemia era una mentira, de que el virus no existía y de que las vacunas de nada servían. Paradoja absoluta. No fue sino hasta que la enfermedad y la muerte cobraron víctimas en sus propias familias cuando un silencio (que pudo haber sido más saludable si lo hubiesen ejercitado desde el inicio de la peste en nuestro territorio) hizo presencia en su denostado pensamiento anticientífico y aterrador. Ni qué decir de aquel personal de salud que era emblemático en las sociedades. Casi una encarnación de la bondad y de la entrega, según los escuchaban aleccionar, y al primer aviso de la presencia del virus dentro de nuestras fronteras, ¡oh, paradoja de paradojas!, se encuevaron bajo el pretexto de la edad o de las comorbilidades que sufrían. Conste que, si las tenían o las tienen, nada podemos terciar porque era y es su derecho.
Así, a estas alturas de la pandemia, más que hacerle frente al virus —porque vacunas y antivirales ya hay—, tenemos que hacerles frente a las paradojas. Esos absurdos sociales, gubernamentales y personales que, por serlos, enferman y matan. El virus que provoca la enfermedad conocida como covid-19 es tan solo un agente de esos absurdos.
La verdad incomoda y es poco aceptada en una cultura negacionista. Pero es nuestra responsabilidad intelectual anunciarla para que, más allá de mantenernos vivos, seamos cada día más humanos y más hermanos.
Mil gracias a todo el personal de salud que, aun bajo las precarias condiciones en las que trabaja, sigue luchando en primera línea contra la pandemia y contra las paradojas que esta puso a la luz del día.
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