Cuando se habla de las eras, por ejemplo, nos vienen a la mente aquellos lapsos desde la era precámbrica hasta el Holoceno de la era cenozoica, que es la actual época del período cuaternario. Pero yo no me estoy refiriendo a esa escala. Mi propósito es argüir acerca de esa transformación en las estructuras de los países y de los Estados que permite iniciar un nuevo orden luego de un caos como el que provoca una pandemia. Esa reorganización de patrones que nos permite entender mejor el mundo y, de cierta manera, predecirlo.
El caos temporal siempre ha sido inevitable. Ya lo dice Bárbara Tuchman en su estudio acerca del impacto que tuvo en la sociedad la peste bubónica en el mundo conocido del siglo XIV, principalmente en Europa: «El mensaje no mejoró a la humanidad. La conciencia de la perversidad empeoró las conductas. La violencia rompió sus frenos. Fue una época de omisión. Las reglas se desmoronaron, las instituciones no cumplieron sus funciones. La caballería no protegió […] La guerra de Inglaterra y Francia, y el bandolerismo que engendró, revelaron lo huero de las pretensiones militares de los caballeros y la falsedad de su moral […] El tiempo no fue estático. La pérdida de confianza en los garantizadores de la ley y el civismo abrió la puerta a la exigencia de cambios, y la miseria dio fuerza al impulso» [1].
Y los cambios posteriores llegaron. Uno de los más relevantes fue el acabose de la caballería andante entre el desastre de la batalla de Crécy en 1346 y el no menor desastre de la batalla de Poitiers en 1356. En ambas, Francia se encaminó directamente a un torbellino de consecuencias como la sublevación burguesa y grandes revueltas campesinas como La Grande Jacquerie.
Cuando hacemos un parangón entre aquellos sucesos y los actuales en los diferentes países del orbe, parecería que solo se cambiaron fechas, nombres y productos tecnológicos. Los acontecimientos son exactamente iguales: incumplimiento de las instituciones estatales, pérdida de confianza en los garantizadores de la ley, exigencias de cambios y el acendramiento de la miseria que da impulso a las rebeliones.
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En Guatemala, la historia ha sido repetitiva con relación a los prolegómenos y las consecuencias de las pandemias. No desconocemos que entre las causas del acabose de los gobiernos de Mariano Gálvez y Rafael Carrera sobresalió el pésimo manejo de la epidemia de cólera morbus. Entre los desatinos más visibles: subregistros de casos y defunciones, el rehuir de las responsabilidades de Estado (por parte de sus dirigentes) y la espantosa corrupción que se personifica, casi siempre, en compras sobrevaloradas y calidades inexistentes.
Ya en el siglo XX la mejor expresión de estas ineptitudes fue el manejo de la pandemia de influenza. De ello explicité en mi artículo Guatemala y la epidemia de influenza 100 años atrás: «De acuerdo con diversos tratadistas, Manuel Estrada Cabrera (El dictador de los 22 años) tuvo tres posturas entre 1917 y 1920. Al principio de la epidemia, nada hizo (excepción hecha de gritar, regañar y echarle la culpa al pueblo por sus malos hábitos higiénicos). Luego, cuando comenzó a resentirse la economía, aceptó que sí había un problema monumental por falta de mano de obra (barata, cuando no gratis) y en consecuencia quiso emprender algunas acciones. Este intento fue la tercera postura: proveyó de servicios sanitarios básicos a la población urbana (pero no a la rural) para paliar su impopularidad. Y la disconformidad de la población siguió en aumento. Fue depuesto el 15 de abril de 1920».
Y en Guatemala los paralelos fenoménicos nos están señalando los mismos rumbos históricos.
Para nuestro consuelo vale decir que, en todos los casos, el orden que sobrevino fue para bien, pues, como indica Tuchman, «la humanidad ha sobrevivido a azares peores» [2]. Así, no debemos perder la esperanza y la fe en un futuro cercano y mejor. Y para mejor lograrlo, hoy como hace 500 y 100 años, guardemos el distanciamiento físico, practiquemos el constante lavado de manos y no dejemos de lado el uso correcto de las mascarillas.
En el caso de esta pandemia de covid-19, el orden que sucede al caos está a la vuelta de la esquina. Preparémonos para vivirlo y disfrutarlo.
[1] Tuchman, Bárbara (1979). Un espejo lejano. Barcelona: Argos Vergara. Pág. 541.
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