Cuando el doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), declaró que la nueva enfermedad causada por el coronavirus descubierto en 2019 podía caracterizarse como una pandemia, yo me propuse estudiar todas las epidemias de alcance mundial que han sido documentadas, desde la peste de Atenas (430 a. C.) hasta la que estamos viviendo. Me falta mucho para alcanzar este propósito. Sin embargo, he podido sacar algunas conclusiones que no constituyen una novedad (porque nada nuevo hay bajo el sol), pero que sí vale la pena recordar y encarnar. Analicemos cuatro de ellas.
La primera concierne a que las crisis pandémicas no se deben solo a los microorganismos que producen las enfermedades en los seres humanos. Atrás de tales crisis hay procesos de reajustes sociales, políticos y económicos con todos sus forcejeos y consecuencias.
La segunda corresponde al pulso entre científicos, políticos y las personas que manejan (y manipulan) las economías particulares y globales. Los primeros procuran la búsqueda de la verdad, los segundos velan por mantener sus posiciones de poder (y en el peor de los casos medran aprovechándose de la tragedia) y las terceras ponderan el mercado por encima de la vida humana, así les toque a ellos dejar este mundo a causa de la enfermedad que se vive.
La tercera deviene de comprobaciones que indican cómo las pandemias siempre han sido un parteaguas en la historia de la humanidad. Y esta no será la última. Dentro de unos años hablaremos de antes y después de la pandemia (y de los cambios políticos y económicos que haya suscitado).
La cuarta permite vislumbrar la perversidad de las personas encargadas de noticiar la evolución de las pandemias. Son individuos que al final de cuentas no pasan de ser muñecos de ventrílocuo que comunican muy pocas verdades y anuncian muchas mentiras. Todo ese entramado, para favorecer a un siniestro liderazgo que sobreprotege la economía e infama lo humano y lo científico.
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A la luz de un cotejo podemos inferir que la crisis generada por las contradicciones entre científicos, políticos, negacionistas de la pandemia y detractores de las vacunas ya la tenemos en Guatemala. Las redes sociales permiten la expresión de opiniones de todo tipo, desde argumentos muy versados hasta otros que llaman a risa, pero estos últimos confunden a muchas personas. Se convierte así la crisis en un caldo de cultivo que puede contribuir a la génesis de otra ola.
La situación en Europa es crítica, tanto que «Olaf Scholz, político propuesto para el cargo de canciller federal, aboga por una obligación general de vacunación en Alemania a más tardar a partir de principios de marzo de 2022. “La fecha hasta que todas y todos estarán vacunados tampoco está demasiado lejos, así que mi propuesta es a principios de febrero o a principios de marzo”, señaló el martes Scholz en el canal de televisión Bild, tras una conferencia entre el Gobierno nacional y los estados federados».
Harta razón tiene el futuro canciller federal de Alemania. Porque los negacionistas de la pandemia y los detractores de las vacunas no han caído en la cuenta de que, dada su tozudez, son los principales responsables de las olas que se sobrevienen en una pandemia y de las repetidas mutaciones que llegue a tener un virus.
¿Cómo hacer que los tozudos entiendan? Tarea esta para la santa patrona de las causas imposibles.
Una mar en calma chicha, con nubarrones enfrente y el sol escondiéndose detrás, presagia tormenta. Por favor, amigos lectores, vacúnense. La vacuna no mata. El virus del covid-19 sí. Como muestra, pongo ante sus ojos la cifra de 16,000 fallecidos en nuestro país a causa de dicha enfermedad.
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