Algunas cartas las escribió conjuntamente con fray Bartolomé de las Casas, y la número 6 la rubricó junto con De las Casas y el obispo Francisco Marroquín. Insólito suceso este, acaecido el 19 de octubre de 1545 en la ciudad de Gracias a Dios (sede de la Audiencia Real de los Confines), Honduras. Algunos historiadores tienen duda de la autenticidad de la rúbrica del obispo de Guatemala. Otros recelan no de su firma, sino de su intención, porque, en tanto Valdivieso y De las Casas estamparon su nombre y su cargo, Marroquín solo consignó: «Episcopus Guatimalensis».
Nada extraño en Francisco Marroquín. Era este un obispo muy ambivalente en los contextos políticos y religiosos de la época. Pero los trazos están: dicen claramente «Episcopus Guatimalensis». Y si uno de los otros prelados hubiese firmado en su nombre, él habría puesto el grito en el cielo, pues la carta era de todos conocida. Una copia iba para España —vía la Real Audiencia— y otra quedaba a la vista de todos en los archivos eclesiásticos.
Hoy nos interesa la carta número 6 (propósito de este artículo) por su connotación profética. El segmento toral con relación a los vejámenes que sufrían los pueblos originarios y el derecho de los obispos a protegerlos —según los cánones de la época— dice: «Estas injurias, angustias e injusticias, daños y menoscabos, cautiverios y calamidades, las han pasado y hoy las padecen sin que nadie haya vuelto por ellos ni los haya defendido, ni vuelva hoy por ellos, ni los defienda. Más bien, los mismos encargados de la justicia y el ministro del Rey han sido y son hoy (exceptuando los que hay que sacar, que son pocos, y más que pocos) los más injustos y crueles tiranos para con ellos, a los cuales Dios dará el mayor castigo y hará con ellos la más rigurosa y cruel justicia» [1].
Dicho sea, todas las cartas del obispo Valdivieso tienen una dimensión profética, pero esta es muy especial porque está firmada por tres de los cuatro obispos que había entre Chiapas y Costa Rica en 1545. El cuarto, Cristóbal de Pedraza (obispo de Honduras), no se encontraba en Gracias a Dios en esa fecha. Llegó hasta el mes de noviembre para consagrar a Valdivieso, quien para entonces era obispo electo pero no consagrado.
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Esa dimensión profética de la carta número 6 de Valdivieso, quien se negó a escribir la letra y entre sus apellidos para ser llamado Antonio de Valdivieso y Álvarez después de haber asumido la mitra, tiene relación con otros documentos escritos por él en los que expresa su temor con relación a que esas injusticias llevadas a cabo por los mismos encargados de la justicia y por los ministros del rey se prolonguen de manera indefinida en la historia. Y sucedió tal cual. A casi cinco centurias de aquellos momentos, las injurias, las expropiaciones, los cautiverios injustificados y las más terribles crueldades siguen cebándose en los pueblos originarios de América Central sin que alguien haga algo por ellos como no sean unas cuantas protestas desde la comodidad de las redes sociales.
El lapso entre el final de la Edad Media (1492) y la Edad Contemporánea (1798 hasta la actualidad) es muy breve en la vertiente del tiempo. Y los descendientes de los encomenderos, o quienes se dicen herederos de ellos (vaya usted a saber por qué), allí están haciendo de las suyas, amparados y avalados por los émulos de Francisco Marroquín, Pedro de Alvarado y Pedrarias Dávila. A este último, por su brutalidad y salvajismo, lo apodaban Furor Domini (la ira de Dios).
¡Cuánta falta nos hacen entonces las figuras de Bartolomé de las Casas y Antonio de Valdivieso! Porque la antología pastoral de las 12 cartas en mención no es desconocida para muchos líderes (laicos y religiosos), pero sí es desconocido o quizá soslayado el análisis que de ellas se deriva con relación a nuestra realidad. Más aún cuando de tomar posturas consecuentes se trata.
Derivado del contenido del párrafo anterior, Pedro Casaldáliga (+), obispo emérito de São Félix do Araguaia, Brasil, habría preguntado a su manera: «¿Cómo ser cristianos en esta América Central de la tercera década del siglo XXI?».
Un sano discernimiento podría proveernos la respuesta.
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[1] Álvarez Lobo, José. «Fray Antonio de Valdivieso, obispo mártir de Nicaragua, 1544-1550». Cartas. Costa Rica: Editorial Lascasiana. Pág. 122.
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