A manera de esos céfiros tan especiales, los guatemaltecos recibimos en el lapso de una semana (del 1 al 7 de octubre) dos noticias que nos han mitigado la angustia provocada por la pandemia, que nos han animado a ver la vida con ojos nuevos y que también han acendrado nuestra esperanza con relación a la cercanía de un mundo más humano.
La primera buena noticia la recibimos el 1 octubre, cuando se comunicó por la prensa internacional y las redes sociales que el escritor guatemalteco Giovany Emanuel Coxolcá Tohom había ganado el prestigioso Premio de Poesía Editorial Praxis 2020. Según los críticos, en su trabajo «se propone un eco histórico que detona un juego de referencias literarias e incluso de autoría. En él se presenta una estética singular. Otra virtud del libro premiado es la resistencia manifiesta en el largo aliento y la continua fortaleza del resuello de la voz, así como las acertadas desescaladas del segmento corto a la pieza larga, que le permite crear un ritmo escalado y sereno». La obra que presentó a concurso se llama Don Quijote y las memorias de Ixmucané.
Coxolcá tiene otras publicaciones. Entre ellas, Las trampas de la metáfora (2015) y Nuestra identidad en los pasillos de la palabra (2017), publicadas por la Editorial Universitaria.
La segunda buena noticia fue saber que a José Luis Perdomo Orellana le había sido otorgado el Premio Nacional de Literatura 2020. Se supo el recién pasado 6 de octubre. Según Prensa Libre, «Perdomo fue seleccionado como ganador este 2020 durante una reunión del Consejo Asesor para las Letras que se celebró el 1 de octubre pasado. “El criterio para otorgarle el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias a José Luis Perdomo se sustenta en su obra, que denota un ejercicio creativo e imaginativo de calidad, desde el que ha realizado una importante labor de rescate de la memoria y recuperado importantes voces de la literatura guatemalteca e internacional”, afirmó el Ministerio de Cultura y Deportes».
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Su currículum es monumental. Entre sus muchos haberes, es miembro de número de la Academia Guatemalteca de la Lengua, correspondiente a la Real Academia Española, y entre sus obras más conocidas destacan Pájaros feos que cantan, El insurrecto solitario y La última y nos vamos.
A Perdomo lo conocí el 13 de septiembre de 2014. Fue en el refectorio del hotel Modelo, en Quetzaltenango. Ese día habría de realizarse el conversatorio anual entre los ganadores de los distintos géneros literarios del 78 Certamen de los Juegos Florales Hispanoamericanos de aquella ciudad y se nos había avisado (a los ganadores) que el conversatorio sería dirigido por un académico muy meticuloso. Cuando entré al restaurante, vi a una persona que estaba sentada frente a una taza de café y un original de mi trabajo. El folicopiado tenía muchas notas escritas a mano en los márgenes y varios párrafos resaltados en color amarillo. Ello me provocó cierto grado de ansiedad, y, como si él hubiese sabido de mi desasosiego, cerró el folicopiado, se levantó y salió del lugar. Hasta el momento no nos conocíamos personalmente. Dos horas más tarde fuimos presentados.
Después de aquel conversatorio me hizo una entrevista que empieza así: «Sin tener amigos ni compinches en el jurado (avecindado en San José, Costa Rica), Juan José Guerrero ganó por unanimidad los Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango con La noche del escarabajo, una novela memorable que, si se abre en una camioneta Álamo a la altura de la inmunda calzada Roosevelt, muy bien puede concluirse al ir llegando a esa otra inmundicia que es la ruta Interamericana a la altura de Chímal (como dicen haraganamente cientos de miles de mutiladores de palabras desperdigados en los cuatro o en los cinco mil puntos cardinales)».
Y yo le quedé eternamente agradecido. Describió mi novela como yo la concebí desde antes de escribirla: corta y concisa.
El premio otorgado a Perdomo es justo, muy merecido, y no somos pocos los guatemaltecos que lo sentimos como propio.
Vaya para él y para Coxolcá un abrazo fraternal.
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